lunes, 28 de marzo de 2022

RESEÑA SOBRE EL LIBRO "UNA VIOLENCIA INDÓMITA. EL SIGLO XX EUROPEO" DE JULIÁN CASANOVA

 


El catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, nos ofrece en este ensayo un estudio de historia comparada al más alto nivel académico centrándose en los tipos de violencia que sufrió el continente europeo durante el siglo XX. Especialmente interesante es el capítulo 7 sobre la violencia en Europa Central y del Este.

Julián Casanova

En las notas de un discurso para las elecciones de 1922, Winston Churchill se refería a la “larga serie de sucesos desastrosos que habían ensombrecido los veinte primeros años del siglo XX: hemos visto en todo el mundo, en un país tras otro, donde se había levantado una estructura organizada, pacífica y próspera de sociedad civilizada, recaer en una secuencia espantosa de quiebra, barbarismo o anarquía”.

La Primera Guerra Mundial y la Revolución Bolchevique como sus principales efectos habían transformado el orden internacional establecido e inaugurado un periodo de inestabilidad política y económica de terribles consecuencias para la población que lo vivió.

El economista John K. Galbraith escribió muchos años después que, aunque su generación siempre pensó en la Segunda Guerra Mundial “como el gran momento crucial del cambio”, en realidad, desde el punto de vista social, las transformaciones más decisivas las había provocado la Primera Guerra Mundial.

Según Hobsbawm, un siglo XX “corto”, que duró solo desde 1914 hasta la desintegración de la URSS en 1991.

Aunque está claro el significado histórico que encierran estas dos fechas de inicio y final del siglo “corto”, el análisis de la violencia indómita en Europa que propone el autor en este libro rompe con esa periodización y la muy aceptada división del siglo XX en dos mitades, de contrastes, una primera muy violenta y una segunda pacífica. Esa división cronológica refleja un enfoque “europeo-occidental”, elaborado sobre todo desde Gran Bretaña y Francia, que resta importancia o ignora los diferentes procesos históricos de una amplia región de Europa Central y del Este, así como de los países mediterráneos.

BREVE SINOPSIS DE LOS CAPÍTULOS

Los dos primeros capítulos examinan la tensión entre el mundo de privilegios, lujo y poder en el que estaba instalada una parte de la sociedad europea antes de 1914, en la que muy pocos anticiparon su hundimiento, y “el volcán que estaba siendo alimentado por el poder explosivo del colonialismo”. El reparto oficial del gran pastel africano desde los años ochenta del siglo XIX significó un punto de inflexión para el nuevo imperialismo de las principales potencias europeas, que contagió a amplios sectores de sus sociedades con racismo, militarismo y etnonacionalismo.

Y fue en las colonias donde comenzó la “orgía de violencia” que destruyó la vida de millones de personas y que “rebotó” a Europa, volviendo a la dirección de origen, en 1914.

Varios historiadores, por lo tanto, han identificado en los últimos años los componentes básicos que desde finales del siglo XIX allanaron el camino a la violencia que afloró con una fuerza e intensidad desconocidas en el continente europeo desde el estallido de la Primera Guerra Mundial: el nacionalismo étnico-racista, el imperialismo colonial, los conflictos de clase, agudizados por el triunfo de la Revolución Bolchevique y una crisis prolongada del capitalismo. Conforme avanzó el siglo XX, el número de víctimas civiles en las guerras respecto a las militares no dejó de aumentar, constituyendo la mayoría de los asesinados, mutilados y violados.

Los capítulos tercero y cuarto, lo que denomina “culturas de guerra y revolución”, cubren la primera gran oleada de violencia masiva que vivió el continente europeo a causa de la Primera Guerra Mundial, las revoluciones rusas de 1917 y las secuelas de los conflictos armados y el paramilitarismo que dejó la quiebra de los imperios y del sistema tradicional de poderes en una gran parte de Europa Central y del Este. Porque, aunque oficialmente duró cuatro años y tres meses, la Primera Guerra Mundial no acabó en noviembre de 1918 con el armisticio, sino que fue seguida de una oleada de violencia paramilitar, de “brutalización” de la política y de glorificación de las armas, de la violencia y de la masculinidad.

Tras la Gran Depresión, que comenzó a sentirse con fuerza a partir de 1930, la democracia aguantó sólo en unos pocos países y un nuevo autoritarismo, representado por los fascismos y los movimientos populistas de derecha radical, triunfó en todos los demás, en un continente económica y políticamente roto. Fascismo y violencia fueron unidos desde el principio, porque los fascistas contemplaron la violencia no solo como un instrumento en la lucha política, sino como el “elemento unificador” de su propia existencia.

En el capítulo quinto, “la violencia sin fronteras”, se hace un recorrido transversal por diferentes casos extremos de violencia, principalmente la limpieza étnica, el genocidio y la violencia sexual.

La limpieza étnica y el genocidio son formas de violencia que persiguen a las personas por su raza, religión, nacionalidad o etnicidad y aunque no siempre coinciden en la dimensión y magnitud de la destrucción, ambos fenómenos aparecieron juntos en cuatro diferentes “oleadas de violencia” de la historia del siglo XX. La primera comenzó con la guerra de los Balcanes en 1912 y finalizó con el Tratado de Lausana de 1923. La segunda coincidió con el periodo de hegemonía nazi en Europa y con el momento en el que la Unión Soviética de Stalin pasó de la persecución de determinados grupos sociales, especialmente campesinos, a las deportaciones masivas de grupos definidos por su nacionalidad. La tercera, menos mortal pero con más población desplazada, ocurrió en el momento final de la Segunda Guerra Mundial y en los años posteriores. La última tuvo lugar en la antigua Yugoslavia en los años noventa cuando se creía que la limpieza étnica y el genocidio eran hechos de una “era de atrocidad” dejada ya atrás décadas antes.

Fueron precisamente las violaciones masivas de mujeres musulmanas en Bosnia-Herzegovina -y el subsiguiente reconocimiento internacional como crímenes de guerra- las que orientaron una nueva historiografía de estudios sobre la violencia sexual en otras guerras, revoluciones y contrarrevoluciones, posguerras y ocupaciones militares, desde el genocidio de los armenios a la Francia de Vichy, el Holocausto, la Italia de Mussolini o la España de Franco. Los diferentes conflictos armados que jalonaron el siglo XX europeo crearon un entorno con dinámicas específicas y excepcionales de violencia sexual, de licencia para violar de forma repetida y como espectáculo público.

Las dos guerras mundiales y las revoluciones de 1917 fueron las escuelas en las que se forjaron los principales lazos de sangre, étnicos, nacionalistas y de clase a través de los cuales se han construido los relatos, argumentos y acontecimientos más relevantes. Pero la Segunda Guerra Mundial tampoco acabó en 1945 y en los tres años siguientes cientos de miles de personas fascistas, colaboracionistas y criminales de guerra fueron víctimas de violencia retributiva y vengadora.

En el capítulo sexto se analiza ese amplio catálogo de sistemas de persecución, desde linchamientos hasta sentencias de muerte, prisiones y trabajos forzados. Los soldados soviéticos, en su avance por el este y centro de Europa, saquearon y violaron con desenfreno. En las grandes capitales de Budapest, Viena y Berlín, liberadas por el Ejército Rojo tras fieros combates, del 10% al 20% de las mujeres fueron violadas, una historia silenciada durante largo tiempo, hasta el derrumbe del comunismo en 1989.

La violenta derrota del militarismo y de los fascismos allanó el camino para una alternativa que había aparecido en el horizonte de Europa Occidental antes de 1914, pero que no se había podido estabilizar después de 1918. Era el modelo de una sociedad democrática, basado en una combinación de representación con sufragio universal, estado de bienestar, con amplias prestaciones sociales, libre mercado, progreso y consumismo.

A partir de 1945 la cultura dominante en la política y en la sociedad democráticas rechazó la violencia. Esta continuó, sin embargo, en los Estados del bloque soviético dominados por los partidos comunistas, aunque cambiara sus formas y manifestaciones, así como en las dos únicas dictaduras ultraderechistas surgidas con los fascismos antes de 1939, en Portugal y España, y que se perpetuaron durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. De 1967 a 1974, la persecución política, las cárceles, la tortura y los asesinatos formaron parte de la vida cotidiana en Grecia, durante el régimen de los Coroneles. Fueron las anomalías más importantes en la trayectoria histórica de Europa Occidental democrática y capitalista durante la segunda mitad del siglo XX.

La victoria de Stalin en la Segunda Guerra Mundial le proporcionó una oportunidad sin precedentes para imponer su visión del comunismo en los países vecinos.

Eso es lo que el autor narra en el capítulo séptimo, los caminos diferentes y escenarios de confrontación que vivieron los ocho países que componían ese amplio territorio al que se llamó Europa del Este, desde la ocupación por el Ejército Rojo en 1945 hasta las guerras de secesión de Yugoslavia.

Entre 1989 y 1991 el mundo contempló un acontecimiento extraordinario, la disolución pacífica de un gran poder multinacional. Pero quedaba Yugoslavia.

Julián Casanova finaliza el libro con una aproximación a cómo se recuerdan esos pasados fracturados desde el presente dividido. Las cicatrices visibles u ocultas que ha dejado ese siglo XX de violencia indómita.

Como no hay una única historia europea, sino múltiples historias que se superponen y entrecruzan una con otra, el autor ha intentado situar las principales manifestaciones de la violencia en un contexto transnacional y comparado. Tampoco hay una teoría general sobre la violencia, ni los casos específicos ayudan por sí solos a establecer lo que ha sido su principal propósito: descubrir y conceptualizar la lógica de la violencia a través de similitudes y diferencias entre los distintos episodios históricos.

Este es un libro sobre el siglo XX europeo, en el sentido más amplio, y no solo sobre Europa Occidental. La historia con mayúsculas de los “grandes personajes” -principalmente hombres blancos y cristianos- se cruza, encuentra y, a veces, choca con historias en minúsculas de la multitud, de hombres y mujeres anónimos. Como prueba de que la Historia nunca es una calle de una sola dirección. Y la forma de narrar que ha elegido el autor plasma también esa evolución, se vuelve más sombría conforme la violencia individual del atentado contra reyes y tiranos dio paso de forma definitiva a la de masas, a la eliminación de grupos definidos por la clase, la raza, la religión o la nación.

Las fuentes históricas siempre son fragmentarias, iluminan algunos aspectos y acontecimientos y dejan otros en la oscuridad. Esos últimos son precisamente los que los historiadores debemos buscar.

Lo que aparece en muchas ocasiones con la etiqueta de “histórico” se refiere más bien a tradiciones inventadas. Los pasados fracturados se recuerdan desde presentes divididos. Las memorias se cruzan y la historia europea compartida es matizada y bloqueada por las diferentes memorias nacionales.

Los recuerdos y conmemoraciones de pasados difíciles y violentos plantean enormes desafíos a los historiadores que intentamos diferenciar entre historia y memoria, entre conocimiento documentado y subjetividad.

Las memorias cambian con el tiempo, conforme la sociedad y la política evolucionan, y se transforman también sus maneras de difusión en los medios de comunicación.

Ya lo advertía Tzvetan Todorov hace más de dos décadas: hay una distinción “entre recuperación del pasado y su subsiguiente utilización”. El historiador no es un mago capaz de desvelar completamente el pasado, sino una guía que estimula a leer y pensar críticamente.

Por lo tanto, no hay una única historia europea, sino múltiples historias que se superponen y se entrecruzan unas con otras.

Hoy más que nunca es necesario el trabajo de los historiadores y marcar con una fijación extrema en nuestras mentes la siguiente frase:

“RECORDAR PARA NUNCA OLVIDAR”