Llámese mitología
o fábula la historia que trata de la vida y hazañas de los
semidioses y héroes de la antigüedad pagana. No todo lo que en estas fábulas se
refiere es pura mentira o ficción; algunas de ellas descansan sobre fundamentos
históricos y aún las hay que están sacadas del Antiguo Testamento. El diluvio
de Deucalión recuerda el diluvio de Noé; en los Gigantes
que escalan al cielo, fácil es reconocer a los hijos de los hombres levantando,
con loca audacia, la torre de Babel; la formación del hombre por Prometeo
es un remedo del Génesis; el sacrificio de Ifigenia parece
reproducir la historia de Jefté.
![]() |
El sacrificio de Ifigenia (1653) de Sébastien Bourdon. |
La mitología tuvo su cuna
en Egipto, Fenicia y Caldea. Hacia el año 2000 antes de Jesucristo, Nino, rey
de Babilonia, hizo erigir en medio de la plaza pública la estatua de su padre
Belo y mandó a sus súbditos que ante el vano simulacro ofreciesen incienso y
elevasen sus plegarias. Influidos por este ejemplo, los pueblos vecinos
deificaron a sus príncipes, a sus legisladores, a sus guerreros, a sus grandes hombres
y aún a aquellos que habían conquistado una vergonzosa celebridad. Las pasiones
y los vicios fueron también divinizados. Pero los pueblos de Grecia fueron los
que elevaron la mitología a su mayor esplendor, la embellecieron con ingeniosas
concepciones, la enriquecieron con gayas ficciones y en ella derramaron a manos
llenas las creaciones de su imaginación. A sus ojos pareció demasiado sencillo
lo que era tan sólo natural; los relatos de acciones verdaderas se animaron
atribuyéndoles circunstancias extraordinarias. A sus ojos los pastores se
tornaron sátiros y faunos: las pastoras, ninfas; los jinetes, centauros; los
héroes, semidioses; las naranjas, manzanas de oro; en un bajel que navegaba a
velas desplegadas vieron un dragón alado. Si un orador conseguía cautivar a su
auditorio con los encantos de su elocuencia, le atribuían el poder de haber amansado
los leones y de haber tornado sensibles a los duros peñascos. Una mujer que
había perdido a su esposo y pasaba los días sumida en llanto inconsolable,
aparecía a sus ojos convertida en fuente inagotable. De esta manera la poesía
animó la naturaleza y pobló el mundo de seres fantásticos.
![]() |
La Ilíada de Homero |
Por más que la mitología sea, casi en su totalidad, tejido continuo de fábulas, no por eso deja de tener una utilidad incontestable. Por ella nos ponemos en condiciones de poder explicar las obras maestras de los pintores y escultores que admiramos y nos facilita la lectura de los poetas y la hace interesante. La mitología aclara la historia de las naciones paganas, nos hace conocer hasta qué punto los egipcios, mesopotámicos, griegos y romanos vivían sumidos en profundas tinieblas y a qué grado de desorientación puede llegar el hombre abandonado a las solas y pobre luces de su inteligencia. Sin duda que la mayor parte de las fábulas que la integran son falsas y absurdas: unos dioses cojos, ciegos, vulgares, luchan entre sí o contra los hombres; unos dioses pobres, desterrados del cielo, se ven obligados, mientras sobre la tierra permanecen, a ejercer el oficio de albañil o de pastor, quedando, de este modo, ridiculizados en extremo. Pero la mitología ofrece frecuentemente fábulas morales en las que bajo el velo de la alegoría se ocultan preceptos excelentes y reglas de conducta.
![]() |
El dios Marte de Diego Velázquez (1640). |
Las furias
que se ceban encarnizadamente en Orestes, el buitre que roe las entrañas
de Prometeo, trazan la maravillosa imagen del remordimiento. La historia de
Narciso ridiculiza la vanidad estúpida y el exagerado amor a sí mismo. La
trágica muerte de Ícaro es una lección admirable para los hijos
desobedientes, Faetón es el tipo de los orgullosos castigados. Los
compañeros de Ulises convertidos en viles puercos por los brebajes de Circe,
son una imagen fidelísima del embrutecimiento a que conducen la intemperancia y
el libertinaje.
![]() |
Orestes perseguido por las furias de William Adolphe Bouguereau (1862). |
¿Creían todos los sabios
de la antigüedad en la verdad de las fábulas mitológicas? Seguramente que no,
pero no se atrevían a combatirlas abiertamente y contaban con burlarse de ellas
en el seno de sus familias o en la intimidad de sus amistades. Quiso Sócrates
demostrar a los atenienses la existencia de un solo y verdadero Dios atacando,
por ende, el politeísmo, y pagó con la vida sus nobles propósitos. En Roma, Cicerón
se atrevió en una de sus obras a chancearse al tratar de los dioses y mereció
por ello la censura de sus contemporáneos.
![]() |
Sócrates |
Al cristianismo estaba
reservada la gloria de reducir a escombros este vetusto edificio y hacer que
ante la antorcha de la revelación divina desaparecieran las tinieblas y la
ignorancia que tales supersticiones fomentaban.
BIBLIOGRAFÍA
Humbert, J. (2010). Mitología
griega y romana. Barcelona: Editorial Gustavo Gil.