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martes, 5 de octubre de 2021

EL CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ

La mayor parte de los países de Oriente Medio habían accedido a su independencia de los imperios europeos antes de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una consecuencia del Holocausto judío en Europa, la creación del Estado de Israel, trastocó completamente la estabilidad de la zona alumbrando un conflicto que aún hoy sigue presente en la escena internacional.

LOS ORÍGENES DEL CONFLICTO ÁRABE-ISRAELÍ

Los antecedentes de este conflicto se remontan a finales del siglo XIX con el nacimiento del movimiento sionista. Theodor Herzl, el fundador del sionismo, ante las discriminaciones y persecuciones que sufría su pueblo en Europa, propugnó la vuelta de los judíos a Israel, su tierra original. Así, antes de la Primera Guerra Mundial, cuando este territorio era aún parte del Imperio Turco, grupos de judíos europeos empezaron a asentarse de forma pacífica. El Holocausto nazi cambió todo y precipitó el éxodo hebreo a una tierra que había estado poblada durante siglos por árabes palestinos. Tras la Segunda Guerra Mundial, en el mandato británico de Palestina, dos pueblos se enfrentaban por el control del territorio: un millón y cuarto de árabes palestinos y más de medio millón de judíos, venidos en su mayor parte de Europa y, como consecuencia, con un nivel tecnológico y económico más desarrollado.

Tras meses de sangrientos disturbios, la ONU acordó un Plan de Partición de Palestina el 29 de noviembre de 1947. El territorio de Palestina se dividiría en tres partes: un Estado judío, un Estado árabe y la ciudad de Jerusalén, bajo el control de la ONU.


EL DESARROLLO DEL CONFLICTO

Cuando concluyó el mandato de Inglaterra, el 14 de mayo de 1948, Ben Guiron, presidente de un gobierno provisional judío, proclamó el Estado de Israel; y un día después, la Liga Árabe atacó a los israelíes. Los dos Grandes coincidieron en el apoyo a los judíos, aunque por diferentes motivos; unido a ello, la heterogeneidad de las fuerzas de la Liga Árabe, y la unidad de mando y la posición central de los israelíes fueron factores decisivos en el desenlace de la guerra. A pesar de los primeros triunfos árabes, las tropas de Israel acabaron rechazando a las fuerzas de la Liga y ocupando una parte del territorio atribuido por la ONU a los árabes. De esta forma, cuando los Estados vecinos negociaron por separado el armisticio, y la línea de frente se convirtió en la nueva frontera, Israel había incrementado en un tercio su territorio, con la incorporación de Neguev, Galilea y la parte occidental de Cisjordania, mientras la zona árabe se repartía entre Egipto, que se quedó con la franja de Gaza, y Transjordania, que incorporó la Cisjordania no ocupada por Israel. No se planteó entonces la formación de un Estado palestino.

Durante la guerra y después de ella hubo un movimiento masivo de población en las dos direcciones. Pero mientras más de 800.000 palestinos quedaron instalados en campos de refugiados en los países árabes, la llegada de judíos (casi 700.000 entre 1948 y 1951) permitió aumentar la población de Israel y aportó la mano de obra necesaria para la explotación de las tierras abandonadas. La Ley de Retorno, aprobada en 1950, facilitó esa llegada al afirmar el derecho de todos los judíos del mundo a establecerse en Israel.

En Egipto, la responsabilidad de la derrota se atribuyó al rey Faruk, por lo que un grupo de “Oficiales Libres”, encabezado por Gamal Abdel Nasser, acabó con la monarquía en 1952. Años más tarde Nasser intentó construir la presa de Assuan, un gigantesco proyecto de remodelación del territorio que debía servir para electrificar una parte importante del país y poner en regadío miles de hectáreas. Como el Banco Mundial le negó la ayuda económica para esa obra, la fórmula que utilizó para financiarla fue la nacionalización del Canal de Suez, una vía de comunicación de importancia mundial que era propiedad de una compañía internacional cuyo capital controlaban los gobiernos de Francia e Inglaterra. En respuesta, ambos países llegaron a un acuerdo para realizar una demostración de fuerza que obligara a Nasser a cambiar de política, y buscaron la colaboración de Israel en ella.


La campaña de Suez comenzó con un ataque israelí, el 29 de octubre de 1956, que se detuvo a 15 kilómetros del Canal después de ocupar Gaza. El 5 de noviembre, los paracaidistas de Francia y Gran Bretaña ocuparon Port Said e iniciaron la ocupación del Canal. Pero la intervención de la ONU y de EEUU y la URSS impuso el cese de las hostilidades y la retirada de las tropas atacantes, con la excepción de Gaza que continuó bajo la ocupación de Israel; y una fuerza de interposición de Naciones Unidas, los cascos azules, se desplegó en la frontera del Sinaí para evitar nuevos enfrentamientos.

La lucha del pueblo palestino comenzó cuando, ante la incapacidad de los Estados árabes, algunos grupos armados decidieron continuar la lucha mediante acciones terroristas. En 1959 se celebró el primer congreso de un movimiento creado por Yaser Arafat entre los refugiados palestinos en Argelia, cuyo nombre Fatah es el acrónimo invertido de la expresión “ganar la guerra mediante la yihad”, o guerra santa. En 1964, a instancias de la Liga Árabe se reunió en Jerusalén una asamblea de personalidades palestinas que decidieron construir un aparato político, la Organización Para la Liberación de Palestina (OLP), integrada por una asamblea, el Consejo Nacional Palestino (CNP), un gobierno, una hacienda y un ejército, el Ejército de Liberación de Palestina (ELP).


La guerra de los Seis Días (del 5 al 10 de junio de 1967) fue una iniciativa de Israel, que veía con inquietud que Egipto se dotaba de una importante fuerza aérea gracias a la ayuda soviética, mientras Siria mantenía frecuentes choques fronterizos con las tropas israelíes y los palestinos habían comenzado a organizarse para la lucha. La retirada de los cascos azules devolvió a Egipto el control del Sinaí, mientras la ocupación de Charm el Cheik, la llave del Golfo de Akaba, permitía cerrarlo a la navegación israelí, a cuyos barcos se les prohibió también la circulación del Canal de Suez. Frente a esta actitud, Israel lanzó el 5 de junio un ataque preventivo en el que destruyó más de 400 aviones egipcios antes de que despegaran. Conseguido así el control del aire, las fuerzas acorazadas israelíes ocuparon Gaza, la Península del Sinaí y alcanzaron el Canal de Suez el cuarto día de la guerra. Una maniobra envolvente frente al ejército jordano, que había ocupado Jerusalén, sirvió a su vez para que las tropas de Israel se adueñaran de los puentes sobre el río Jordán. En la mañana del quinto día, esas mismas tropas atacaron y ocuparon los altos del Golán; al día siguiente rompieron las defensas sirias, y amenazaban Damasco cuando entró en vigor el alto el fuego ordenado por la ONU.

Esta vez, el armisticio dejó en manos de Israel lo que quedaba de la Península árabe: Cisjordania, Gaza y el Sinaí, además de los altos del Golán, con lo que ocupaba la totalidad del antiguo mandato británico.

La ocupación israelí contribuyó a la creación de una conciencia nacional del pueblo palestino, en parte sometido y en parte desterrado, pero dispuesto a reclamar la Palestina gobernada en su día por Gran Bretaña. El Consejo Nacional Palestino aprobó en julio de 1968 la Carta Nacional de Palestina. La Carta reivindicaba el derecho a la totalidad del territorio, declaraba nula la partición realizada en 1947, rechazaba la existencia del Estado de Israel y defendía la lucha armada contra él; y, por último, reconocía a los refugiados y a los nacidos en el exilio la ciudadanía palestina.

La promoción de Yaser Arafat a la presidencia de la OLP significó la radicalización de la resistencia. Al mismo tiempo, la presencia de las milicias de esta organización (los feddayin) en Jordania implicaba un riesgo para la estabilidad del régimen jordano, a la vez que encerraba el peligro de una respuesta de Israel a las eventuales acciones de los feddayin. Por eso, el rey Hussein de Jordania procedió a la expulsión de los palestinos. De esta forma, el problema se trasladó al Líbano, un Estado en el que un tercio de la población era cristiana y que estaba viviendo un conflicto interno entre las milicias armadas musulmanas y las cristianas, que se agravó con la llegada de los refugiados.

Mientras los palestinos buscaban nuevas bases desde las que atacar a Israel, Egipto y Siria se prepararon para una nueva guerra con un planteamiento estratégico distinto. Sería una guerra larga, y a diferencia de las anteriores debería mostrar la vulnerabilidad del ejército israelí, en lugar de pretender una solución militar inmediata. La URSS les había suministrado armas de la nueva generación, como misiles Mig-17, cazabombarderos supersónicos o radares, con los que se podía plantear el nuevo conflicto. Esta vez, la iniciativa fue de los países árabes, que aprovecharon la festividad del Yom Kippur, el 6 de octubre de 1973, para tratar de sorprender a Israel. Las divisiones egipcias cruzaron el canal de Suez, rompieron la línea de defensa y tomaron posiciones bajo la protección de sus misiles. Una semana después, dos mil tanques de cada lado libraron la mayor batalla entre fuerzas acorazadas desde la Segunda Guerra Mundial. Pero las tropas israelíes reaccionaron tanto en el frente egipcio, donde consiguieron cruzar el Canal, como en el sirio, donde la ocupación del Monte Hermón les abrió el camino hacia Damasco. Un nuevo armisticio dejó las líneas de demarcación donde estaban con anterioridad.

El resultado de la guerra, a pesar de la mayor capacidad que habían mostrado los ejércitos árabes, cambió radicalmente los términos del problema palestino. Egipto abandonó la lucha armada y buscó, a través del acercamiento a Estados Unidos, el repliegue israelí y el envío de cascos azules antes de abrir el paso del canal de Suez. Por su parte, la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), dominada por los países árabes, decidió convertir al petróleo en un arma de guerra contra los países occidentales que apoyaban a Israel.

En el otoño de 1974, la cumbre de la Liga Árabe celebrada en Rabat reconoció a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como la única representación del pueblo palestino. Su líder, Arafat, fue recibido con ovaciones en la ONU, y la OLP adquirió el carácter de observador ante ese organismo. La resolución 338 de Naciones Unidas exigió a Israel la evacuación de los territorios ocupados, y acordó que Cisjordania pasaría a manos de la OLP, y no de Jordania. Por último, en 1978, el presidente estadounidense Jimmy Carter reunió en su residencia de Camp David a los máximos dirigentes de Egipto e Israel, Sadat y Begin, que acabaron firmando un tratado de paz por el que se devolvía la Península del Sinaí a Egipto a cambio de la apertura del canal de Suez a la navegación israelí.

 

Tras la guerra del Yom Kippur, el centro de gravedad de la lucha contra Israel se había trasladado al Líbano, donde la coexistencia entre musulmanes y cristianos, regulada por un pacto nacional aprobado en 1943 y que con el tiempo ya no respondía a la situación de ambos grupos, se hizo más difícil por la presencia de los feddayin. El conflicto degeneró en una guerra civil, en la que tomaron parte los palestinos. La intervención de Siria, en 1976, no sirvió para conseguir la paz; y una intervención posterior de Israel, en 1978, en apoyo de las milicias cristianas, provocó el envío de los cascos azules de la ONU, que separaron las distintas milicias. Una nueva intervención de Israel, en 1982, impuso la expulsión de los combatientes palestinos y el traslado de las oficinas de la OLP a Túnez, al tiempo que permitía una masacre perpetrada por las Falanges cristianas en los campos de refugiados de Sabrá y Chatila, de la que se hizo responsable al ministro de Defensa israelí, Ariel Sharon. Por fin, sólo en 1990 se pudo formar un gobierno nacional en el Líbano, que disolvió las milicias de las dos comunidades religiosas, mientras que la retirada israelí del sur del país no tuvo lugar hasta el año 2000.

Pero ni la ocupación de territorios ni la expulsión de los feddayin de Jordania o el Líbano acabaron con el problema palestino. Cuando en 1983 Estados Unidos negó el visado a Yaser Arafat para asistir a la Asamblea de las Naciones Unidas, la ONU celebró una sesión en Ginebra para que pudiera acudir el líder palestino y actualizó en ella el contenido de las decisiones anteriores: en concreto, la condena de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados, la reiteración de los derechos del pueblo palestino y la defensa de la necesidad de una conferencia de paz en la que la OLP participase en términos de igualdad con Israel. Pero la falta de respuesta por parte del gobierno de Tel Aviv determinó un cambio en la estrategia palestina a favor de la lucha cotidiana y callejera, aunque sin armas de fuego, iniciada en 1987 por jóvenes de los territorios ocupados (intifada).

La Primera Intifada (1987-1993) fue un conflicto desarrollado por los árabes palestinos, que terminó en los Acuerdos de Oslo I y II (1993-1995) entre Israel y la OLP, dirigida por Yaser Arafat, con el conocimiento de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) sobre los territorios ocupados por Israel en Gaza y Cisjordania.

Aunque la Declaración de Independencia de Palestina, un año después, incluyó el reconocimiento del Estado de Israel, junto a la proclamación del Estado palestino, y la renuncia al terrorismo, tampoco esta propuesta tuvo ningún eco en aquel país. Solo la presión de los Estados occidentales permitió un acercamiento entre los contendientes, cuyos resultados se harían visibles, ya en la década de 1990, en la Conferencia de Madrid de 1991 y los Acuerdos de Oslo (1993).

DESENLACE DEL CONFLICTO

Los Acuerdos de Oslo de 1993 fueron ratificados en Washington por Arafat y el primer ministro laborista israelí Isaac Rabin. Se creaba en ellos una Autoridad Palestina interina para el gobierno de Cisjordania y Gaza durante un periodo de cinco años, a lo largo de los cuales ambas partes se pondrían de acuerdo sobre las principales cuestiones en litigio, como el estatuto de Jerusalén, la situación de los refugiados palestinos o las fronteras definitivas entre los dos Estados.

En 1995, Los Acuerdos de Oslo II definieron con mayor precisión el régimen de autonomía de Cisjordania. El territorio cisjordano se dividió en tres partes: en la primera, compuesta por las ocho principales ciudades, la Autoridad Nacional Palestina se haría cargo del orden público y los negocios civiles; en la segunda, formada por 450 pueblos y campos de refugiados, el control estaría compartido entre israelíes, que se reservaban la autoridad necesaria para proteger la seguridad de sus ciudadanos, y palestinos; mientras que la tercera, que incluía las 140 colonias judías y los cuarteles israelíes y suponía el 70% del territorio, quedaba bajo el pleno control de Israel. Los Acuerdos preveían también la celebración de elecciones para el Consejo de la Autonomía Palestina y el presidente de la Autoridad ejecutiva, y fijaban de nuevo la fecha de 1999 para la conclusión de las negociaciones sobre los problemas aún pendientes.

Pero el proceso de paz tropezó pronto con dificultades. En Israel, el primer ministro Rabin fue víctima de un atentado, y las siguientes elecciones dieron el triunfo al Likud, cuyo líder Benjamín Netanyahu manifestó enseguida su resistencia a cumplir lo pactado. En los territorios palestinos, la victoria de Arafat y su partido, Al-Fatah, en las elecciones no impidió que se manifestara la oposición de algunas organizaciones -tanto islámicas, en especial Hamás, como laicas, entre ellas el Frente Popular de Liberación Palestina- ante los escasos resultados de la negociación. Pese a ello, después de la victoria de los laboristas en las elecciones israelitas del año 2000 se reanudaron las negociaciones en Camp David. Pero esta nueva ronda acabó con un claro fracaso: no se llegó a un acuerdo sobre el estatuto de Jerusalén, y en particular sobre los lugares sagrados para ambas religiones (el Muro de las Lamentaciones, la Explanada de las Mezquitas), ni se resolvió el problema de los refugiados palestinos, cuyo derecho de retorno, defendido por Arafat, fue rechazado por Israel.

La visita del militar y político del Likud, Ariel Sharon, responsable de las matanzas en los campos de refugiados palestinos de Sabrá y Chatila en 1982, a la Explanada de las Mezquitas el 28 de septiembre de 2000 acabó con todas las esperanzas en una solución pacífica de las diferencias. Considerada una provocación por los musulmanes, la respuesta fue una segunda Intifada y, frente a ella la invasión de territorios palestinos por el ejército y la policía israelí. Instalado en el poder tras ganar las elecciones de 2001, Sharon trató de acorralar a Arafat, que quedó recluido en sus oficinas de Ramala, al tiempo que los grupos palestinos radicales iniciaban una oleada de atentados suicidas en centros urbanos y zonas comerciales de Israel.

En 2003, una nueva intervención de la comunidad Internacional, que propuso un plan de paz apoyado por Estados Unidos, Rusia, la Unión Europea, Rusia y Naciones Unidas (la llamada “Hoja de Ruta”) y aceptado inicialmente tanto por el gobierno israelí como por el nuevo gobierno palestino de Abu Mazen, hizo renacer las esperanzas en una solución pacífica del conflicto. De hecho, se consiguió que los contendientes, incluidas las organizaciones palestinas radicales, admitieran una tregua de tres meses, destinada a restablecer la confianza entre las partes. Pero en el mes de agosto de ese mismo año, tras una nueva espiral de atentados suicidas y represalias del ejército israelí, tanto Hamás como la Yihad Islámica rompieron la tregua. La construcción de un muro de separación entre árabes y palestinos, promovido por Sharon a pesar de la oposición de Naciones Unidas; los asesinatos de líderes palestinos radicales por las tropas israelíes, el más grave de los cuales afectó en 2004 al jeque Ahmed Yassin, fundador de Hamás; y las respuestas de los grupos terroristas palestinos, en muchas ocasiones en forma de atentados indiscriminados, ponían de manifiesto las dificultades para alcanzar una paz duradera.

Ahora bien, tras el fallecimiento de Yaser Arafat, en un hospital de París en noviembre de 2004 víctima de una misteriosa enfermedad, el clima político volvió a cambiar. En febrero de 2005, el nuevo presidente de la Autoridad palestina, Abu Mazen, y el primer ministro israelí, Ariel Sharon, anunciaron el final de la Intifada y de las operaciones militares de Israel contra los asentamientos palestinos. La intervención de Estados Unidos y las presiones de la Unión Europea parecen haber desempeñado un papel decisivo en el cambio de actitud que abre de nuevo las esperanzas de paz en la zona.

Entre los años 2000 y 2006 tuvo lugar la Segunda Intifada, un nuevo conflicto dirigido por Fatah, la organización terrorista Hamás y otros grupos de la OLP contra las fuerzas armadas de Israel en la Franja de Gaza, que terminó con la retirada unilateral de Israel de este territorio; sin embargo, el conflicto no llegó a solucionarse del todo y, desde 2008, la Franja de Gaza es protagonista de diferentes operaciones militares encabezadas por Israel. El Estado de Palestina, proclamado en 1988, fue reconocido oficialmente por la ONU en 2012. Recientemente, en el marco de la guerra civil de Siria, tuvieron lugar enfrentamientos entre israelíes y sirios en los Altos del Golán.