LA
PESTE DE ALBERT CAMUS Y LA SITUACIÓN VÍRICA ACTUAL
Jean-Marc Barr y William Hurt en la adaptación al cine de ‘La peste’ por Luis Puenzo.
Ana
Pérez
Leer
La peste de Camus es como adentrarnos de lleno en la situación vírica
actual del Coronavirus, pero con setenta y tres años de adelanto, ya que esta
obra cumbre de la literatura se publicó en 1947.
Impacta
mucho leer que las medidas de distanciamiento social, confinamiento, profilaxis
e incluso de “desescalada” son
prácticamente idénticas. Eso no deja al ser humano en un buen lugar, quiere
decir que no aprendemos del pasado y volvemos a cometer los mismos errores. La
historia se repite.
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Portada de la publicación |
El libro comienza describiendo la ciudad argelina de Orán, con sus sucias calles, sus enormes ratas y el hedonismo de su población -digamos que lo banal de la existencia, como la que vivíamos nosotros antes del Coronavirus, es decir, la superficialidad de lo importante-. A continuación, nos narra cómo aparecen, de manera paulatina pero cada vez con más frecuencia, ratas muertas en las calles cuya extraña enfermedad contagia a los seres humanos causándoles también la muerte (se cree que el covid-19 saltó de un animal -apuntan que podría ser un murciélago-, a los seres humanos en un mercado de animales exóticos de la ciudad china de Wuhan).
A
medida que avanzamos en la lectura, asistimos a una crónica desgarradora sobre
cómo las autoridades políticas, sanitarias, policiales, religiosas, así como la
población civil, se enfrentan a la enfermedad.
En
la prefectura se crea un mando sanitario (cuyo equivalente serían en nuestro
caso las autoridades delegadas del gobierno en España y la comisión de los
técnicos), conformado por miembros que se
van contagiando casi todos (como ocurre con los miembros del gobierno y de la
comisión técnica de España).
En La
peste de Camus, al igual que ahora, se desconoce un tratamiento que resulte
efectivo, existe una falta de material sanitario y sueros. Y se decreta el
toque de queda y el cierre de las puertas de la ciudad (cuyo equivalente sería
hoy nuestro Estado de Alarma y cierre de fronteras).
También
en el libro de Camus resulta complicado hacer un registro de todos los posibles
casos, al haber muchos dudosos, se colapsan las estructuras sanitarias. Y no
les queda más remedio que reconvertir la mayor parte de las casas en hospitales
improvisados (hospitales de campaña, polideportivos reconvertidos en
hospitales, hoteles medicalizados, etc.). Existen, asimismo, lugares
específicos para que los parientes cercanos de los infectados pasen la cuarentena,
como por ejemplo en un campo de fútbol (véase
las arcas de Noé Chinas, o la isla de Nueva Zelanda exclusivamente dedicada a
pasar la cuarentena de los infectados).
En
España habría que buscar establecimientos públicos y privados en los cuales poder
aislar a quienes presenten síntomas leves.
En
La peste, el incremento del número de
muertos provocó que se habilitaran hornos crematorios, fosas comunes, entierros
sin velatorio, porque los sepultureros no daban abasto (lo mismo sucede ahora
con las morgues del Palacio de Hielo y la Ciudad de la Justicia en Madrid, o
bien la Isla de Heart en Nueva York, entre otros lugares).
La
peste también afectaba a toda la población, ya fueran aristócratas, mendigos,
jóvenes o mayores (como sucede ahora) causando un gran estrago psicológico en
sus habitantes (algo que ya están padeciendo en Wuhan). Por su parte, las medidas
de profilaxis y de distanciamiento social acentuaban la soledad de la
población, sobre todo, de las personas mayores y con enfermedades previas (¿os
suena?).
En
La peste, las medidas de
confinamiento y restricciones fueron acompañadas de sanciones económicas a
quienes no las cumplieran, además de represión policial, entre otras medidas
(¿os suena?).
También
en la ciudad de Orán, que describe Camus, hubo fuertes consecuencias económicas
con las pérdidas de empleos, cierre de negocios, saqueos, etc., en definitiva,
la ruina y la pérdida del poder adquisitivo de la población (¿os suena?).
Asimismo,
la gente se asomaba a las terrazas para respirar el aire puro, y de paso poder hablar
con los vecinos, aparte de cantar, bailar (la España de los balcones, etc.).
La
salida del confinamiento se hizo de forma gradual en el plazo de un mes (aún no
hemos llegado a esa etapa, pero albergo la esperanza de que cuando lleguemos al
final de nuestro confinamiento, ocurrirá algo similar, sólo tenemos que echar
un vistazo a China para comprobarlo).
“Algo que se aprende en medio de las plagas es que
hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”, nos cuenta su autor en La
Peste, lo que nos alienta y nos da esperanza. Tanto
es así que la solidaridad se apropió de la población, presentándose voluntarios
para las brigadas sanitarias que cuidaban de los enfermos. Y toda la población
arrimaba el hombro para intentar paliar la epidemia y poder salir de ella
(mascarillas caseras, gorros, viseras protectoras, recaudación de fondos,
etc.), en definitiva, salió a relucir la humanidad.
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El escritor franco-argelino Albert Camus |
En la obra de Camus tampoco se supo con certeza ni el origen ni cuánto duraría ni cómo pudo erradicarse (como acontece ahora). Así nos lo cuenta su autor: “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
El
Coronavirus tampoco se irá, pero sabremos combatirlo, confiemos en la ciencia y
en una futura vacuna, que ojalá llegue pronto. No obstante, deberemos ser
precavidos en todo momento. Y alertar a la población del riesgo en un futuro de
otras posibles epidemias y pandemias.
“Pero
sabía que, sin embargo, esta crónica no puede ser el relato de la victoria
definitiva. No puede ser más que el testimonio de lo que fue necesario hacer y
que sin duda deberían seguir haciendo contra el terror y su arma infatigable, a
pesar de sus desgarramientos personales, todos los hombres que, no pudiendo ser
santos, se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan, no obstante, en ser
médicos”, añade Camus en su libro,
cuya crónica de la Peste corresponde al médico Bernard Rieux, el
cual pone de relieve el papel de los sanitarios frente a todas las situaciones
médicas y humanas a las que se tienen que enfrentar cada día en plena pandemia.
Muy
significativo este hecho así como la merecida reivindicación del imprescindible
trabajo que está desempeñando el personal sanitario en esta crisis del COVID-19.
Tanto
Rieux como los sanitarios actuales se enfrentaban a la epidemia con lo que
tenían, y no con lo que realmente necesitaban. Por desgracia, hay aspectos que
siguen sin cambiar.
“Todo lo que el hombre puede ganar al juego de la
peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”.