jueves, 2 de julio de 2020

¿Y SI FUERA ELLA?


Ana Pérez

“Parece retrasada”, esa frase, que había escuchado cientos de veces en mi infancia cuando me cruzaba con niños y niñas de mi edad y aun otras personas no tan pequeñas, era un mantra que todavía hoy no se me ha quitado de la cabeza. Cuando era una niña, mis padres notaron que algo no iba bien en mi lenguaje, por lo tanto, empezaron a llevarme a un prestigioso logopeda para que me enseñara a pronunciar bien las palabras. Ellos creían que mi timidez hacía que dudase de mis facultades, pero pronto se dieron cuenta de que no era sólo un problema de timidez. En el cole, me sentía el bicho raro de la clase porque, mientras mis compañeros pintaban, coloreaban, escribían o jugaban, yo me aburría y me ponía a contar musarañas hasta que la profesora venía a mi pupitre y me pillaba en plena ensoñación. Cuando me preguntaba qué estaba haciendo, yo le contestaba que estaba contando los planetas del universo. Entonces, ella se exasperaba porque no lograba entender por qué no me juntaba con mis compañeros y hacía como ellos las tareas encomendadas. La verdad es que mi clase era un poco rollo, así lo sentía, ya que nos pasábamos todo el día haciendo cosas tan banales como pintar o dibujar. ¡Ni que fuéramos Rembrandt o Picasso!

Cuando comencé la Educación Primaria me fui encerrando cada vez más en mi misma porque el resto de compañeros se reían de mí, ya que no era guay para ellos. Mis padres, muy preocupados por mi aislamiento social, me llevaron, esta vez, a la consulta de un psicólogo charlatán, al que lo único que le interesaba era el dinero que le dejaban mis progenitores en cada sesión. Me preguntaba cosas banales, me enseñaba diferentes formas extrañas en cartulinas y decía que necesitaba más sesiones para sacar un diagnóstico concluyente. Después de más de cuarenta sesiones, llegó a la conclusión de que no me pasaba nada más allá de las cosas típicas de la edad de una niña de siete años. Ahí pensé que los charlatanes sabelotodo no estaban sólo en las tertulias televisivas sino también en las consultas médicas.

Fueron transcurriendo los cursos de Educación Primaria sin mejorar mis relaciones sociales, aunque académicamente sacaba notas brillantes sin demasiado esfuerzo, puesto que los ejercicios que nos proponían eran muy sencillos para mí. En casa, en vez de leer las lecturas complementarias del cole, devoraba las obras de Edgar Allan Poe, la Historia Interminable y las novelas de Charles Dickens. En el último curso de la Educación Primaria llegó un nuevo compañero, se llamaba José, y al ser el último en incorporarse tuvo que sentarse en el pupitre que estaba al lado del mío. Este hecho me provocó una gran desazón pues estaba acostumbrada a mi confortable soledad y los cambios de rutinas me causaban una gran inquietud.

José resultó ser un estupendo compañero de pupitre, que acabó convirtiéndose en mi primer amigo. Él era diferente a los demás porque sabía cómo captar mi atención. Me decía las cosas claras y sin dobles sentidos, respetaba mis rutinas y espacios, además de ayudarme a entender el comportamiento del resto de la clase. Se había convertido en mi amigo del alma. Un día, en un ataque de sinceridad, le pregunté: “¿Cómo es que has dado con la forma de tratarme en la que yo pueda interactuar contigo?”, a lo que él me respondió: “muy fácil, tú eres como mi hermana Clara que tiene el Síndrome de Asperger, entonces te trato como si fueras ella”.

Al llegar a casa ese día les dije a mis padres lo que me había dicho mi amigo José sobre su hermana y el síndrome de Asperger. A ambos se les iluminó la cara de felicidad porque al fin veían una pequeña luz al final del túnel de incomprensión social que su hija había sufrido todos estos años. De todas formas, el camino no fue fácil ya que al año siguiente empecé la Educación Secundaria en un nuevo centro con nuevos compañeros y sin mi amigo José, que se tuvo que marchar a vivir con sus padres a Hong Kong, debido a que su padre ocupaba un puesto directivo en una gran multinacional y lo habían enviado para organizar la nueva sede recién inaugurada de ese lugar.

La marcha de José, el cambio de centro y el nuevo tratamiento para mi síndrome me ocasionaron muchos problemas de conducta, que tardaron algunos años en controlarse. Mis nuevos compañeros eran más crueles que los que había tenido en primaria, aquel “parece retrasada”, que tanto me decían, se convirtió en esta chica es “la loca de la colina”. Las burlas hacia mi fueron incesantes, lo que provocó que me volviera a encerrar en mí misma y centrara toda mi atención en el estudio. Esto hizo que acabase la Educación Secundaria y el Bachillerato con matrícula de honor y una mención especial en matemáticas. ¡Me encantan las matemáticas! Tanto es así, que gané la beca América de estudios superiores de matemáticas en el MIT de Massachusetts. El mucho sufrimiento, que tuviera durante esos años, se compensaba ahora con la emoción de tener la oportunidad de aprender matemáticas con los mejores matemáticos en Estados Unidos, pero mi alegría fue fugaz porque mis padres no estaban muy convencidos de la idea, ya que yo seguía una rutina muy rígida todos los días y no creían que fuera capaz de lograrlo sola. Finalmente, tras muchas discusiones, decidieron dejarme ir con la condición de que uno de los dos siempre estaría a mi lado. Acepté y acto seguido me fui a comprar los billetes de avión, sólo los de ida.

El primer mes fue frenético, todo era nuevo y emocionante. El país, la universidad y ¡hasta los compañeros! Muchos eran muy frikis de las matemáticas y eso me gustaba. Los primeros tres meses me acompañó mi madre en el pequeño apartamento proporcionado por la universidad y todo me resultó mucho más sencillo.

Un día en la clase de álgebra vi a un chico que me recordaba a José, mi amigo de la infancia, pero no podía ser él porque esto no era Hong Kong. Al finalizar la clase, vi cómo ese chico esperaba a que saliese yo con una sonrisa profident en el rostro y al verme gritó: ¡Ana! ¡Mi amiga del alma, nos volvemos a encontrar! Acto seguido me preguntó si podía darme un abrazo y fui yo quien se abalanzó sobre él. La alegría que sentía era inmensa y lo invité a comer en el apartamento que compartía con mi madre. Allí nos pusimos al día y supe que hacía tres años que residía en los Estados Unidos porque a su padre lo habían vuelto a trasladar, esta vez a Nueva York, él había acabado sus estudios secundarios en un High School de Manhattan y había sido admitido en el MIT para realizar la carrera de matemáticas ¡Qué casualidad! Compartiría con él mi estancia en el MIT.

Cada vez me sentía más integrada en la vida americana y fui socializando con la gente poco a poco, que sabía cómo dirigirse a mí, gracias en gran parte a la labor realizada por José, que se ocupaba de advertir a quienes me conocían de mis rutinas, y yo ya no me sentía aquel bicho raro de épocas pasadas.

Tal fue mi adaptación que, después de un año de estancia en Estados Unidos, mis padres dejaron de quedarse conmigo en el pequeño apartamento del campus porque vieron que ya podía defenderme yo sola. Esto supuso una gran victoria en cuanto a mi desarrollo personal frente al síndrome.

Al finalizar los estudios en el MIT, nos ofrecieron trabajo a José y a mí en la misma gran empresa tecnológica, decimos aceptarlo y trasladarnos al Estado de California, en concreto a San Francisco. Nuestra relación se fue estrechando con los años y en California ya compartíamos piso; yo sentía algo extraño por él, una fuerte atracción, que nunca antes había experimentado. Un día él me aclaró lo que me pasaba. Y me propuso que fuéramos novios, lo que me pareció una idea estupenda.

Al cabo de tres años éramos padres de una preciosa niña, Chloé. Y aquel lejano comentario de “parece retrasada”, que había sufrido a lo largo de los años, parecía desvanecerse a pasos agigantados y ahora sólo podía pensar en lo afortunada que era al haber formado una familia tan especial. Entonces, recordé aquella frase tan bonita que me dijo José en primaria: ¿Y si fueras ella?


sábado, 20 de junio de 2020

RESEÑA DEL LIBRO EUROPA CONTRA EUROPA 1914-1945

Portada del libro

En la actualidad, Julián Casanova es uno de los más reputados historiadores contemporáneos españoles. Es catedrático de Historia Contemporánea en la universidad de Zaragoza y ha sido profesor visitante en varias universidades europeas, latinoamericanas y norteamericanas. En la actualidad, es profesor visitante en la prestigiosa Central European University (Budapest). Además, muestra su faceta de divulgador en las páginas del diario El País, Infolibre y en la sección del Gabinete del programa radiofónico de Julia en la Onda de la cadena Onda Cero. También, fue asesor histórico y presentador de “La guerra filmada”, serie de ocho horas de programas documentales sobre la Guerra Civil Española, TVE, 2006 (editado por Filmoteca Española, Ministerio de Cultura, 2009).

Julián Casanova


Es autor, entre otros trabajos, de Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938, Siglo XXI, Madrid, 1985; edición en Critica, 2006) La historia social y los historiadores (Crítica, 1991 y edición ampliada de bolsillo en 2003); De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939 (Crítica, 1997, publicado en inglés, en Routledge, Londres y Nueva y York, 2004), La Iglesia de Franco (Temas de Hoy, Madrid, 2001; edición de bolsillo con notas en Crítica, 2005);  República y guerra civil, Crítica/Marcial Pons, Barcelona, 2007 (publicación en inglés en Cambridge University Press, 2010); Anarquismo y violencia política en la España del siglo XX, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 2007;  Historia de España en el siglo XX, y Breve historia de España en el siglo XX con Carlos Gil Andrés (Ariel, Barcelona, 2009 y 2012; edición en inglés en Cambridge University Press, 2014); Europa contra Europa, 1914-1945 (Crítica, Barcelona, 2011) y A Short History of the Spanish Civil War, (I.B. Tauris, Londres, 2012), publicado por Crítica, 2013, con el título España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española; edición en turco en Iletism, Estambul, 2015). Es además el editor/compilador, entre otros libros, de Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España (Crítica, 2010) y Cuarenta años con Franco (Crítica, 2015). Su último libro publicado es La venganza de los siervos. Rusia, 1917 (Crítica, 2017). El 31 de diciembre de 2020, saldrá a la venta su libro titulado Una violencia indómita, el siglo XX europeo (Crítica, 2020).

Algunas de las obras de Julián Casanova


En su libro Europa contra Europa 1914-1945, Julián Casanova nos muestra el panorama europeo que abarca las dos guerras mundiales y el turbulento periodo de entreguerras empleando magistralmente la historia comparada con una narrativa fluida en la que combina el relato con el análisis, el ritmo de la narración con la pausa de la interpretación, el detalle de los acontecimientos con la actualización científica y el rigor de la documentación. En definitiva, una obra que nos obliga a reflexionar sobre nuestro pasado cercano y a ponernos las gafas del pensamiento crítico para comprender un periodo crucial en la formación de la Europa en la que hoy vivimos.

Este libro consta de 258 páginas y se divide en 7 capítulos, un apartado de cronología, un fructífero epígrafe de comentario de la bibliografía empleada en su redacción, un índice onomástico, un índice analítico y el índice del libro. Por lo tanto, el desarrollo de la explicación del tema tratado aquí abarca en total 199 páginas.

Especialmente revelador es el primer capítulo titulado “Europa contra Europa, 1914-1945: una visión panorámica” en el que el autor elabora una reflexión muy hilvanada sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y cómo se fueron tejiendo los totalitarismos en Europa desde el Comunismo en la URSS hasta el fascismo en Italia y Alemania. Con ellos, se iría hacia una guerra total (la Segunda Guerra Mundial) en la que la cultura del enfrentamiento prevalecería por encima de todo. Se hace muy evidente el análisis comparado de la Historia, permitiéndonos así comprender mejor las realidades de esta época que muy a menudo se tergiversan en función de los intereses políticos y partidistas de la clase política actual y de historiadores revisionistas que quieren reescribir la Historia desde el presente con los grandes riesgos que ello conlleva.

Los siguientes capítulos se centran en la Revolución Rusa (“la venganza de los siervos”), Mussolini y la Italia fascista, de la República de Weimar al Tercer Reich, la dimensión internacional de la Guerra Civil Española, las dictaduras del periodo de entreguerras y el tiempo de odios que se fraguó en este periodo.

Esta obra publicada en el año 2011 por la editorial crítica, y que ya va por la sexta edición, en los tiempos convulsos en que vivimos es más necesaria que nunca. Ya dijo Nelson Mandela aquella frase que quedará para la posteridad “la educación es el arma más poderosa que tenemos para poder cambiar el mundo”, y aunque esa educación se vea maltratada siempre en este país, como ciudadanos hemos de tener ganas de aprender y acudir a obras de investigadores consolidados para fomentar el pensamiento crítico del que hablábamos anteriormente. La historia es compleja y su análisis depende de muchos factores, no es objetiva y quien diga que lo es miente. Las investigaciones y análisis de los historiadores han de ser rigurosos y honestos, pero cada uno tendrá su interpretación de los hechos, es inevitable, por eso mismo hay que fomentar el pensamiento socrático, la duda a lo que me cuentan y a contrastar las informaciones recibidas. Nada mejor que un análisis de historia comparada como el que estamos analizando aquí para darnos cuenta de que no existe una verdad absoluta.

Muchos de nosotros siempre recordamos aquella frase de Karl Marx diciendo que “la historia es cíclica” porque siempre volvía a repetirse. En realidad, esta afirmación no es del todo exacta porque el contexto histórico de cada momento no se repite al 100% aunque sí es cierto que rasgos del pasado tienen sus ecos en el presente y, por eso mismo, la historia rima. Aprendamos de ella para no cometer los errores que en el pasado nos llevaron a la fatalidad.

A continuación, voy a extraer las ideas que más me han llamado la atención de este libro redactadas de manera dinámica para que veáis que los ecos del pasado siguen latiendo con mucha fuerza en el presente.

En Inglaterra, Francia o Alemania, por citar a las naciones más poderosas, una oligarquía de ricos y poderosos, de “buenas familias”, de nobles y burgueses conectados a través de matrimonios y consejos de administración de empresas y bancos, mantenían su poder social a través del acceso a la educación y a las instituciones culturales.

Antes de 1914, la democracia y la presencia de una cultura popular cívica, de respeto por la ley y de defensa de los derechos civiles, eran bienes escasos, presentes en algunos países como Francia y Gran Bretaña y ausentes en la mayor parte del resto de Europa. Tampoco los parlamentos gozaban de buena salud en países como Rusia, Italia, Alemania o España, donde, debido a la corrupción, al sufragio restringido y a la intervención de los monarcas en los gobiernos, aparecían ante intelectuales radicales y socialistas como instrumentos de gestión pública al servicio de las clases dominantes.

Esas instituciones políticas, que excluían a los ciudadanos por su raza, género o condición, resultaron inadecuadas para abordar el impacto del cambio social y económico que había acompañado desde el último tercio del siglo XIX al surgimiento de las ciudades industriales, a la llegada del ferrocarril, del movimiento obrero y de las ideas socialistas.

El estallido de la Primera Guerra Mundial se llevó por delante al Imperio ruso y provocó también la conquista bolchevique del poder, el cambio revolucionario más súbito y amenazante que conoció la historia del siglo XX. De esa guerra salieron también el comunismo y el fascismo.

Después de 1919, la cuestión de las minorías se identificó fundamentalmente como un problema de la Europa del Este, donde residían más de dos tercios de los 35 millones de personas que pertenecían a esos grupos.

La revolución rusa, el auge del socialismo y los procesos de secularización que acompañaron a la modernización política hicieron más intensa la lucha entre la iglesia católica y sus adversarios anticlericales de la izquierda política.

Ocurrió además que esos nuevos regímenes parlamentarios y constitucionales se enfrentaron desde el principio a una fragmentación de las lealtades políticas, de tipo nacional, lingüístico, religioso, étnico o de clase, que derivó en un sistema político con muchos partidos y muy débiles. La formación de gobiernos se hizo cada vez más difícil, con coaliciones cambiantes y poco estables. En Alemania ningún partido consiguió una mayoría sólida bajo el sistema de representación proporcional aprobado por la Constitución de Weimar en 1919, pero lo mismo puede decirse de Bulgaria, Austria, Checoslovaquia, Polonia o de España durante la Segunda República. La oposición rara vez aceptaba los resultados electorales y la fe en la política parlamentaria, a prueba en esos años de inestabilidad y conflicto, se resquebrajó y llevó a amplios sectores de esas sociedades a buscar alternativas políticas a la democracia (este párrafo es un eco del pasado muy latente en la España actual. Recordad que la derecha y la extrema derecha en nuestro país llaman al gobierno de coalición del PSOE-UP “ilegítimo” no porque lo sea que, evidentemente no lo es, sino porque el resultado democrático salido de las urnas no es el que ellos desearían. La extrema derecha ha pedido durante el Estado de Alarma que el gobierno dimita y se haga un gobierno con mandos militares ¿os suena?, la historia rima).

Francia y Gran Bretaña gastaron más del doble en ganar la guerra que sus oponentes en perderla y básicamente financiaron ese coste a través de préstamos de inversiones estadounidenses. Para afrontar esa enorme deuda, los gobiernos franceses y británicos consumían más de un tercio de sus presupuestos y sus economías se hicieron cada vez más dependientes de Estados Unidos, un proceso que ya había comenzado en plena guerra, cuando se consolidó como la principal potencia económica del mundo.

Pese a todas esas dificultades, a las tensiones sociales y a las divisiones ideológicas, el orden internacional creado por la paz de Versalles sobrevivió una década sin serios incidentes. Todo cambió, sin embargo, con la crisis económica de 1929, el surgimiento de la Unión Soviética como poder militar e industrial bajo Iósif Stalin y la designación de Adolf Hitler como canciller alemán en enero de 1933. La incapacidad del orden capitalista liberal para evitar el desastre económico hizo crecer el extremismo político, el nacionalismo violento y la hostilidad al sistema parlamentario. Alemania, Japón e Italia compartían ese rechazo de la democracia liberal y del comunismo ambicionando un nuevo orden internacional que pusiera el mundo a sus pies.

El comunismo y el fascismo se convirtieron primero en alternativas y después en polos de atracción para intelectuales, vehículos para la política de masas, viveros de nuevos líderes que, subiendo de la nada, arrancando desde fuera del establishment y del viejo orden monárquico e imperial, propusieron rupturas radicales con el pasado.

Frente al mito del peligro comunista y revolucionario, que propagaron como causa de la guerra los militares golpistas de julio de 1936, lo que realmente llegó a España a través de una intervención militar abierta fue el fascismo. Además, tras el final de la guerra civil en 1939, durante al menos dos décadas no hubo ninguna reconstrucción positiva, tal y como ocurrió en los países de Europa occidental después de 1945.

De propaganda, miedo y mentiras se inundó Europa en aquellos años. Resulta fácil y tranquilizador atribuir las mentiras y la propaganda a los políticos, especialmente a los dictadores, a Joseph Goebbels y sus manipulaciones, ministro de Propaganda, con mayúsculas, del tercer Reich. Pero la fotografía completa dice más cosas. Dice que muchos intelectuales que se movilizaron para defender a la democracia, al fascismo o al comunismo contribuyeron con su voz y con su pluma a que esas mentiras se las creyera todavía más gente, a que los dogmas llegaran mejor y a que la violencia y el terror de otros fueran siempre más grandes.

La crítica a los parlamentos y a la democracia, por otro lado, ganó terreno tras los desastres de la guerra y el miedo a la revolución y al comunismo que llegaban desde Rusia y transmitían sus exiliados más notables entre las clases acomodadas de las ciudades europeas. Algunos de los que se convirtieron en políticos destacados de extrema derecha y del fascismo habían pasado por las trincheras, como el húngaro Ferenc Szálasi, fundador del movimiento de la Cruz Flechada, y vieron en la democracia la representación de la Europa burguesa y decadente, que abría las puertas al socialismo, al voto de las mujeres y al reconocimiento de las minorías nacionales. La cultura del enfrentamiento se abría paso en medio de una falta de apoyo popular a la democracia. Los extremos dominaban al centro y la violencia a la razón.

Frenético fue el ritmo de tensiones internacionales que corrió por Europa entre las democracias liberales, el comunismo y el fascismo a partir de la subida al poder de Hitler en Alemania en enero de 1933.

Los gobernantes británicos y franceses pusieron en marcha la llamada “política de apaciguamiento”, consistente en evitar una nueva guerra a costa de aceptar las demandas revisionistas de las dictaduras fascistas, siempre y cuando no se pusieran en peligro los intereses de Francia y Gran Bretaña.

Hitler percibió esa actitud de las democracias como un claro signo de debilidad y, tal y como ha mostrado la historiadora Ruth Henig, siempre prefirió lograr sus objetivos con acciones militares unilaterales, modestas al principio y no demasiado amenazantes, que enzarzase en discusiones diplomáticas multilaterales. Mientras Gran Bretaña y Francia se mantuvieran militarmente débiles, Alemania tenía que aprovechar para adquirir “espacio vital” en el este de Europa. Por lo tanto, un grupo de criminales que consideraba la guerra como una opción aceptable en política exterior se hizo con el poder y puso contra las cuerdas a políticos parlamentarios educados en el diálogo y la negociación.

Las dictaduras que emergieron en Europa en los años treinta, en Alemania, Austria, o España, tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposición de masas, y para controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no bastaba con la prohibición de partidos políticos, la censura o la negación de los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y los campos de concentración. La victoria de Franco fue también una victoria de Hitler y Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota para las democracias.

Los reveses democráticos y avances autoritarios se manifestaron de diferentes formas y aunque la primera dictadura, la del “proletariado”, la impuso la izquierda revolucionaria en Rusia, todas las demás salieron del firmamento político de la ultraderecha. Dos de ellas, la de Benito Mussolini en Italia y la de Adolf Hitler en Alemania, han sido definidas como fascistas. Para los otros tipos de autoritarismo se usan más etiquetas, aunque los términos conservador y tradicional son los más repetidos.

En definitiva, dos guerras mundiales y una “crisis de veinte años” en medio marcaron la historia de Europa del siglo XX. Naturalmente, no fue Europa un territorio libre de violencia antes de 1914 o después de 1945. Ocurre, sin embargo, que los hechos que convierten a este periodo en excepcional han dejado múltiples huellas inconfundibles. El total de muertos ocasionados por esas guerras, internacionales o civiles, revoluciones y contrarrevoluciones, y por las diferentes manifestaciones del terror estatal, superó los ochenta millones de personas. Cientos de miles más fueron desplazados o huyeron de país en país, planteando graves problemas económicos, políticos y de seguridad. En los casos más extremos de esa violencia hubo que inventar hasta un nuevo vocabulario para reflejarla. Por ejemplo, el genocidio, un término ya inextricablemente unido al exterminio de los judíos en los últimos años de la supremacía nazi.

Como señala Richard Vinen, lo más sorprendente de ese período “es el sinfín de motivos que descubrieron los europeos para odiarse mutuamente”. De la historia de esos odios, de sus causas y consecuencias, y de sus principales instigadores, trata este libro.

Para finalizar este análisis, recordemos las palabras pronunciadas por Albert Camus en marzo de 1945, en su “Défence de l´intelligence” respecto al odio “al odio de los verdugos ha correspondido el odio de las víctimas” haciéndose eco de esas represalias salvajes contra fascistas y colaboracionistas: “nos ha quedado el odio… la última y más dura victoria del hitlerismo… estas marcas vergonzosas dejadas en el corazón de aquellos mismos que lo han combatido con todas sus fuerzas”.

No es casualidad que estas palabras de Camus se reflejen en una obra titulada “defensa de la inteligencia” pues al odio se le hace frente con inteligencia, sentido común, cultura, conocimiento y con buena educación (¿recordáis la frase de Nelson Mandela citada al inicio de este artículo?). No olvidéis que el conocimiento histórico de nuestro pasado es un arma cargada de futuro.

 

 

 


lunes, 15 de junio de 2020

LA AVENTURA ORIGINAL DE GILGAMESH

Este héroe, que protagoniza la primera epopeya escrita conocida de la historia de la humanidad, ha sido el padre involuntario de muchos otros mitos que se derivaron del suyo.

En el Museo del Louvre, en París, puede verse esta efigie procedente del palacio de Sargón II, rey de Asiria en el siglo VIII a. C., que algunos expertos identifican con Gilgamesh.


Antes que todos los demás, estuvo Gilgamesh. Puede que sea una frase algo exagerada, pero pocas dudas caben de que la leyenda de este héroe es una de las primeras de las que tenemos constancia escrita en la historia de la humanidad. La versión más completa de su epopeya se encuentra en unas tablillas sobrevivientes de la biblioteca de Nínive, que construyó el rey de Asiria Asurbanipal en el siglo VII a. C. No obstante, ésta simplemente recoge algunos viejos mitos sumerios que por entonces ya llevaban circulando muchos siglos -se estima que fueron puestos por escrito por primera vez entre 1800 y 1600 a.C., aunque pudo ser antes- y que los escribas organizaron para crear una historia con principio y fin.

La saga de Gilgamesh, que trató de descubrir en vano el secreto de la eterna juventud, fue plasmada en signos cuneiformes sobre tablillas de arcilla. Arriba, una de ellas, de origen babilónico, realizada entre 2000 y 1595 a. C., en contrada en la biblioteca de la ciudad de Nínive.


2/3 divino y 1/3 humano

Gilgamesh comparte origen y poderes con otros muchos héroes clásicos, y en muchos relatos posteriores encontramos coincidencias con su historia, como un origen semidivino, un mar de los muertos que debe cruzarse con un barquero, una puerta guardada por antecesores de las esfinges y hasta el diluvio universal.

Producto de la unión entre la diosa Ninsun y un mortal, Gilgamesh era “dos tercios dios y un tercio hombre”, como se lee en su saga. Estaba dotado del atractivo de su madre y de una fuerza sin límite, “como la de un búfalo con la cabeza alta. Sin rival es el choque de sus armas”. Las estatuas y grabados con su imagen nos transmiten ese ideal de belleza, según los cánones de la época, pues Gilgamesh aparece en todos ellos con la cuidadísima barba y melena características de la nobleza, y ataviado con unos ropajes que parecen corresponderse más con los de un aristócrata que con los de un guerrero. Y no es un retrato inexacto, porque Gilgamesh fue, ante todo, un monarca, que reinaba sobre la inexpugnable ciudad de Uruk, que él mismo había construido.

Según la tradición, Gilgamesh alzó las murallas de Uruk reflejadas en esta foto, sus ruinas, en Irak hace 4.750 años.


Un tirano poderoso

Sin embargo, su reinado no estuvo exento de polémica y, al parecer, sus abusos en el ejercicio del poder llevaron a sus súbditos a pedir a los dioses que, de algún modo, pusieran freno a sus excesos. Éstos, en respuesta, crearon a Enkidu, opuesto a Gilgamesh en muchos aspectos: era, como él, enormemente poderoso, pero frente a la rica ornamentación y alta posición de su rival, Enkidu representaba la vuelta al salvajismo primigenio.

Habitaba en la selva, entre las bestias, e iba cubierto de pelo, hasta que una mujer -una cortesana, según algunas versiones, una sacerdotisa de la diosa Isthar, según otras- se unió a él y cohabitaron durante siete días y siete noches, pasados los cuales Enkidu había perdido buena parte de su ferocidad. Lo suficiente, al menos, para dar sus primeros pasos en la civilización.

Acompañado por la mujer, llegó a Uruk, donde conoció a Gilgamesh y se enfrentó a él, según suele suceder en este tipo de mitos. El rey resultó vencedor, pero aquel combate fue el inicio de una amistad imperecedera entre ambos guerreros, que acometerían grandes hazañas, como matar al gigante Humbaba, con dientes de león y cuerpo de dragón, que custodiaba los cedros del dios Enlil.

Las proezas de Gilgamesh no pasaron desapercibidas a Isthar, la diosa del amor, que se prendó de él. Éste, sin embargo, la rechazó de forma terminante y le recordó sus infidelidades con pasados amantes y el triste final que todos habían tenido. El despecho de la diosa fue tal que creó un toro celestial y lo envió para que acabara con él y destruyera su ciudad; cada resoplido de la bestia abría una gigantesca sima por la que caían cientos de guerreros, hasta que Enkidu logró asirlo por los cuernos y gritó: “¡Gilgamesh, hermano, golpea con tu espada!”. Éste lo hizo así, y entre los dos lograron matarlo.

Enkidu cometió entonces la imprudencia de burlarse de Isthar y arrojar su lanza contra su rostro. Enfurecida más allá de lo imaginable, ésta centró en él su venganza y exigió a los demás dioses que lo castigaran con una muerte lenta, que le llegó después de doce días de enfermedad. “He soñado mi final. El pájaro negro de la muerte me cogió en sus garras y me llevó a la casa del polvo -el inframundo-, el palacio de Irkalla, reina de la oscuridad”. Ésas fueron las últimas palabras que Enkidu dirigió a Gilgamesh, momentos antes de fallecer.

Gilgamesh y su compañero Enkidu se enfrentaron a un toro que la despechada diosa Isthar había enviado para destruir su ciudad.


En busca de la inmortalidad

El deceso de su amigo impulsó la siguiente etapa -y la más ambiciosa- de la historia del héroe: encontrar y comprender las razones de la muerte y conocer el secreto por el que los hombres expiran, pero los dioses viven eternamente.

El guardián del mismo era su antepasado Utnapishtim -para los babilonios- o Ziusudra -para los sumerios-, que había sobrevivido al diluvio que algunos dioses habían enviado en tiempos remotos para acabar con nuestra especie.

Pero llegar hasta él no era nada fácil. Para ello, tuvo que superar tremendos desafíos, entre ellos luchar con los monstruos que guardaban la puerta de los picos gemelos de Mashu, que custodiaba el sol naciente y poniente. Estas criaturas híbridas, mitad humano y mitad dragón, podían matar con su mirada, pero Gilgamesh era más dios que hombre. “He venido en busca de mi ancestro Utnapishtim y, aunque tengo miedo, debo pasar”, dijo y le abrieron la puerta.

Al otro lado, le esperaba Siduri, diosa de la sabiduría, que le anunció que nunca conseguiría su propósito de ser inmortal. A pesar de ello, Gilgamesh prosiguió y cruzó el Mar de la Muerte, en una embarcación guiada por el barquero Urshanabi, con especial cuidado de no tocar sus aguas.

El secreto de la serpiente

Así, por fin se presentó ante Utnapishtim, que le reveló la existencia de una planta que crecía en la otra orilla del mencionado Mar de la Muerte, con espinas afiladas como las rosas, que restituía la juventud de quien la comiese. Con la ayuda de Urshanabi, Gilgamesh la encontró y emprendió el camino de vuelta a Uruk, para probarla primero con los ancianos y luego consigo mismo. Pero, durante el trayecto, una serpiente se la arrebató.

Decepcionado, Gilgamesh regresó a su ciudad. Pese a sus esfuerzos, la inmortalidad seguía siendo un privilegio exclusivo de los dioses. La única excepción fue la serpiente. Gracias a haberse hecho con la planta, obtuvo el don de rejuvenecer, como lo demuestran sus cambios de piel.

Algunos expertos piensan que Gilgamesh existió realmente y que fue rey de Uruk hacia el 2700 a.C.

BIBLIOGRAFÍA

Littleton, C. Scott (2007). MITOLOGÍA. antología ilustrada de mitos y leyendas del mundo. Barcelona: Editorial Blume.