sábado, 23 de mayo de 2020

LA MITOLOGÍA: SU ORIGEN Y UTILIDAD

Llámese mitología o fábula la historia que trata de la vida y hazañas de los semidioses y héroes de la antigüedad pagana. No todo lo que en estas fábulas se refiere es pura mentira o ficción; algunas de ellas descansan sobre fundamentos históricos y aún las hay que están sacadas del Antiguo Testamento. El diluvio de Deucalión recuerda el diluvio de Noé; en los Gigantes que escalan al cielo, fácil es reconocer a los hijos de los hombres levantando, con loca audacia, la torre de Babel; la formación del hombre por Prometeo es un remedo del Génesis; el sacrificio de Ifigenia parece reproducir la historia de Jefté.

El sacrificio de Ifigenia (1653) de Sébastien Bourdon.

La mitología tuvo su cuna en Egipto, Fenicia y Caldea. Hacia el año 2000 antes de Jesucristo, Nino, rey de Babilonia, hizo erigir en medio de la plaza pública la estatua de su padre Belo y mandó a sus súbditos que ante el vano simulacro ofreciesen incienso y elevasen sus plegarias. Influidos por este ejemplo, los pueblos vecinos deificaron a sus príncipes, a sus legisladores, a sus guerreros, a sus grandes hombres y aún a aquellos que habían conquistado una vergonzosa celebridad. Las pasiones y los vicios fueron también divinizados. Pero los pueblos de Grecia fueron los que elevaron la mitología a su mayor esplendor, la embellecieron con ingeniosas concepciones, la enriquecieron con gayas ficciones y en ella derramaron a manos llenas las creaciones de su imaginación. A sus ojos pareció demasiado sencillo lo que era tan sólo natural; los relatos de acciones verdaderas se animaron atribuyéndoles circunstancias extraordinarias. A sus ojos los pastores se tornaron sátiros y faunos: las pastoras, ninfas; los jinetes, centauros; los héroes, semidioses; las naranjas, manzanas de oro; en un bajel que navegaba a velas desplegadas vieron un dragón alado. Si un orador conseguía cautivar a su auditorio con los encantos de su elocuencia, le atribuían el poder de haber amansado los leones y de haber tornado sensibles a los duros peñascos. Una mujer que había perdido a su esposo y pasaba los días sumida en llanto inconsolable, aparecía a sus ojos convertida en fuente inagotable. De esta manera la poesía animó la naturaleza y pobló el mundo de seres fantásticos.

La Ilíada de Homero
La Odisea de Homero

Por más que la mitología sea, casi en su totalidad, tejido continuo de fábulas, no por eso deja de tener una utilidad incontestable. Por ella nos ponemos en condiciones de poder explicar las obras maestras de los pintores y escultores que admiramos y nos facilita la lectura de los poetas y la hace interesante. La mitología aclara la historia de las naciones paganas, nos hace conocer hasta qué punto los egipcios, mesopotámicos, griegos y romanos vivían sumidos en profundas tinieblas y a qué grado de desorientación puede llegar el hombre abandonado a las solas y pobre luces de su inteligencia. Sin duda que la mayor parte de las fábulas que la integran son falsas y absurdas: unos dioses cojos, ciegos, vulgares, luchan entre sí o contra los hombres; unos dioses pobres, desterrados del cielo, se ven obligados, mientras sobre la tierra permanecen, a ejercer el oficio de albañil o de pastor, quedando, de este modo, ridiculizados en extremo. Pero la mitología ofrece frecuentemente fábulas morales en las que bajo el velo de la alegoría se ocultan preceptos excelentes y reglas de conducta.

El dios Marte de Diego Velázquez (1640).

Saturno devorando a su hijo de Francisco de Goya (1819-23).

Las furias que se ceban encarnizadamente en Orestes, el buitre que roe las entrañas de Prometeo, trazan la maravillosa imagen del remordimiento. La historia de Narciso ridiculiza la vanidad estúpida y el exagerado amor a sí mismo. La trágica muerte de Ícaro es una lección admirable para los hijos desobedientes, Faetón es el tipo de los orgullosos castigados. Los compañeros de Ulises convertidos en viles puercos por los brebajes de Circe, son una imagen fidelísima del embrutecimiento a que conducen la intemperancia y el libertinaje.

Orestes perseguido por las furias de William Adolphe Bouguereau (1862).
 

¿Creían todos los sabios de la antigüedad en la verdad de las fábulas mitológicas? Seguramente que no, pero no se atrevían a combatirlas abiertamente y contaban con burlarse de ellas en el seno de sus familias o en la intimidad de sus amistades. Quiso Sócrates demostrar a los atenienses la existencia de un solo y verdadero Dios atacando, por ende, el politeísmo, y pagó con la vida sus nobles propósitos. En Roma, Cicerón se atrevió en una de sus obras a chancearse al tratar de los dioses y mereció por ello la censura de sus contemporáneos.

Sócrates
Marco Tulio Cicerón

Al cristianismo estaba reservada la gloria de reducir a escombros este vetusto edificio y hacer que ante la antorcha de la revelación divina desaparecieran las tinieblas y la ignorancia que tales supersticiones fomentaban.

Vídeo sobre el mito de la creación en tres culturas.


BIBLIOGRAFÍA

Humbert, J. (2010). Mitología griega y romana. Barcelona: Editorial Gustavo Gil.

 


domingo, 17 de mayo de 2020

¿QUÉ SON LOS MITOS?

Los mitos son relatos mágicos en los que podemos contemplar el reflejo, no sólo de nuestras ilusiones y nuestros temores más profundos, sino también los de los pueblos primitivos que nos precedieron. Algunas de estas leyendas son muy antiguas y, a buen seguro, se contaban ya mucho antes del nacimiento de la escritura. En su conjunto, los mitos y las leyendas conforman gran parte de la literatura, la filosofía y la religión que ha creado la humanidad y constituyen sin duda un testimonio imprescindible del imaginario colectivo.

Los mitos cumplían numerosas funciones en los pueblos que los crearon y los transmitieron. No sólo ofrecían respuestas a los grandes interrogantes filosóficos de siempre (cómo se creó el universo, cuál es la naturaleza de las fuerzas que intervienen en él y cuál es el origen del ser humano y de la humanidad en su conjunto), sino que también proporcionaban respuestas a temas de índole más personal, como pautas sobre cómo comportarse, reglas sociales o explicaciones sobre cómo sería la vida en el más allá. En ese sentido, los mitos cimentaban las estructuras mentales sobre las que los antiguos construían su concepto de la vida. Y lo hacían, detalle éste fundamental, bajo un discurso narrativo, en forma de historias que la gente pudiera recordar y con las que pudiera identificarse, y, en definitiva, les hicieran reír, llorar o atemorizarse.

Debido precisamente al vasto repertorio de temas que tocan, de carácter casi universal, los mitos han ejercido desde siempre un atractivo que va más allá de lo cultural. Todo aquel que se adentra en el apasionante mundo de la mitología no tarda en hacer un sorprendente descubrimiento: más allá de las peculiaridades propias de su cultura de origen, es posible establecer paralelismos de lo más reveladores entre los mitos de las diferentes culturas, tal como lo demuestra la presencia de toda una serie de imágenes recurrentes (el huevo del que nace el universo, el diluvio universal, la naturaleza mortal del hombre como castigo divino…).

POPOL VUH: el libro sagrado de los mayas.


Estas similitudes son lo bastante evidentes como para haber atraído la atención de especialistas de numerosas disciplinas que, a lo largo de los años y desde sus campos respectivos, han intentado buscar una explicación a las mismas. Una hipótesis de trabajo obvia es la de la transmisión cultural, esto es, la idea de que los mitos han pasado de un pueblo a otro a través del contacto directo, como si se tratase de una mercancía más. En el siglo XIX, por ejemplo, se vinculó al descubrimiento de la propagación de las lenguas indoeuropeas a lo largo y ancho de Eurasia durante la edad del bronce, proceso durante el cual un grupo de pueblos arios se trasladó a India mientras que otro se dirigió hacia el norte de Europa después de atravesar Oriente Próximo y Grecia. Se trataba, sin duda, de una más que evidente vía de transmisión cultural que explicaría el hecho de que en las mitologías india, griega y nórdica aparezca una serie de temas comunes.

El panorama no hizo sino complicarse más cuando, ya en el siglo XX, los occidentales supimos de la existencia de una rica mitología en Australasia, el África Subsahariana y el continente americano, regiones que no mantuvieron contacto alguno durante la Antigüedad con las culturas de Eurasia, y cuyos mitos, sin embargo, guardan diversos puntos en común. Así, resulta que hay mitos sobre un gran diluvio universal tanto en Australasia y Suramérica como en China o Mesopotamia, al igual que se ha descubierto la existencia de mitos sobre la creación muy parecidos entre sí en culturas tan distantes como África y la antigua Grecia. Tenían que haber, pues, otros factores que explicaran la existencia de tales mitos y el hecho de que, por un motivo u otro, hubieran recorrido enormes distancias geográficas que las antiguas poblaciones no habían salvado.

Mitología africana: Mawu y Lisa, los gemelos creadores.


Este misterio captó el interés del gran psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, quien con el tiempo acabó descubriendo que muchos de los temas que aparecían en los mitos universales, como los bosques sombríos, las transformaciones imposibles, las criaturas monstruosas, los niños abandonados, la capacidad de volar o las caídas, se mostraban también en sus sueños, así como en los de sus pacientes. Fue a partir de este descubrimiento que desarrolló su teoría del “inconsciente colectivo”, una nueva parcela de la mente inconsciente donde tiene cabida una colección de recuerdos e imágenes comunes a todo ser humano. Aunque son muchos los que con el paso del tiempo han rebatido esta teoría, lo cierto es que la noción de “arquetipo”, término éste con que se designaba a estos símbolos mentales de carácter universal, ha pasado ya a formar parte de nuestra cultura. Según Jung, los arquetipos son el vínculo perdido entre la mente individual de cada persona y los mitos propios de su cultura, y son precisamente ellos los que han posibilitado la vigencia hasta nuestros días de ese universo mitológico. Cuando decimos que algo “es un mito”, tanto podemos referirnos a que ese algo es ridículo o imposible, como a que por su carácter trascendental posee una “dimensión mítica”.

Carl Gustav Jung


Todo ello explica que las leyendas y los mitos continúen hoy en día dando sentido a nuestras vidas, así como al mundo en que vivimos. Y es que los grandes temas de la mitología universal discurren paralelos a nuestras propias experiencias vitales, escenificando en un plano imaginativo nuestras esperanzas y nuestros temores más profundos. Es precisamente gracias al hecho de que podemos identificarnos y emocionarnos con su contenido por lo que continúan captando nuestro interés y seduciéndonos.

El Consejo de los Dioses, fresco de Rafael.


Por otro lado, los mitos tienen también una innegable lectura de carácter social al sugerir que, al margen de las enormes diferencias idiomáticas y culturales, existe un origen común. Por alguna razón todavía por descubrir en la estructura mental del ser humano, lo cierto es que los pueblos de todos los continentes y todas las regiones climáticas tienden a desarrollar las mismas situaciones y a plantear los mismos conflictos. En ese sentido, los mitos se valen de un lenguaje universal que remite a un mundo anterior a la torre de Babel. Y es que, en definitiva, una vez salvadas las innumerables peculiaridades culturales, los mitos testimonian la unidad imaginativa del ser humano más allá del tiempo.

BIBLIOGRAFÍA

Littleton, C. Scott (2007). MITOLOGÍA. antología ilustrada de mitos y leyendas del mundo. Barcelona: Editorial Blume.


viernes, 8 de mayo de 2020

75 ANIVERSARIO DEL FINAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Lo que no acabó el 8 de mayo de 1945

La capitulación de Alemania, hace ahora 75 años, no significó el final del sufrimiento de los civiles en Europa, ni del conflicto.

Residentes berlineses pasean entre las ruinas de la ciudad alemana, tras ser tomada por el Ejército Rojo, en mayo de 1945.


El 8 de mayo de 1945, hace ahora 75 años, terminó la Segunda Guerra Mundial en Europa con la entrada en vigor de la rendición incondicional de Alemania. Sin embargo, esto no significó el final del sufrimiento en el continente para millones de civiles, ni siquiera el final de la guerra, que continuó en Asia hasta agosto y en varios países europeos, donde se combatió hasta casi los años cincuenta. El Día de la Victoria empezó la reconstrucción de un continente devastado por el mayor conflicto de su historia, pero la paz todavía era un objetivo lejano. “Europa entera vivió durante décadas bajo la alargada sombra de los dictadores y las guerras de su pasado inmediato”, escribió el historiador británico Tony Judt en su clásico Postguerra (Taurus).

El Viejo Continente se convirtió en el escenario de un nuevo tipo de conflicto, la Guerra Fría, que se saldaría con la condena a vivir en dictaduras del socialismo real para millones de ciudadanos de Europa del Este y con guerras civiles en Grecia o Yugoslavia. La inmensa mayoría de los europeos vivían en la pobreza extrema, entre las ruinas y el hambre constante, mientras se producían oleadas de refugiados. “Todos y todo, con la notable excepción de las bien alimentadas fuerzas de ocupación aliadas, parecían acabados, sin recursos, exhaustos”, explica Judt. Los antiguos nazis trataban de escabullirse, mientras los supervivientes del Holocausto encontraban muy pocos lugares seguros en los que refugiarse. En gran parte del continente se produjeron episodios de violencia aunque la mayoría de los combates habían finalizado. Algo que no ocurrió en Asia, el otro gran frente de la Segunda Guerra Mundial.

Los combates en el Pacífico

Ni la destrucción de Alemania, ni el suicidio de Hitler, ni el derrumbe del Tercer Reich, ni el sufrimiento atroz para millones de personas, llevaron al Japón imperial a rendirse. “Al día siguiente de la rendición incondicional de Alemania, Japón anunció desafiante al mundo su voluntad de seguir luchando”, escribe Max Hastings en Némesis (Crítica), el ensayo en el que este gran historiador de la Segunda Guerra Mundial analiza la derrota de Japón en 1945. Los B-29 estadounidenses llevaban meses portando muerte y destrucción al corazón de Japón en forma de bombardeos masivos –una cuarta parte de Tokio fue destruida en la noche del 9 al 10 de marzo con bombas incendiarias–, pero la derrota parecía lejana. Una invasión terrestre del archipiélago era demasiado costosa y existía el peligro de que Rusia se adelantase, por lo que Estados Unidos ya había tomado la decisión de utilizar la bomba atómica, primero contra Hiroshima (6 de agosto) y luego contra Nagasaki (9 de agosto). Para muchos historiadores, aquellas nuevas armas no significaron solo el final de la Segunda Guerra Mundial, sino el principio de la Guerra Fría, que ya había empezado en Europa incluso antes de la rendición de Alemania.

La Guerra Fría

Los Aliados se dividieron Europa en cuatro conferencias: Teherán, Yalta, Potsdam y la menos conocida de Moscú, en la que, sin la presencia del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt, Josif Stalin y Winston Churchill decidieron el destino de los Balcanes en un trozo de papel garabateado. La desconfianza había marcado toda la fase final del conflicto y cada vez estaba más claro que una parte del continente iba a quedar sometida a la URSS en lo que el historiador Keith Lowe llama “la subyugación del este de Europa” en Continente salvaje (Galaxia Gutenberg). “La toma del este de Europa por el comunismo no fue un proceso pacífico”, explica Lowe, quien señala que los combates continuaron en Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, Estonia y Polonia, esta vez contra los partisanos. “Los partidos comunistas adoptaron una estrategia de presión encubierta, seguida de otra de terror y represión”, escribe Tony Judt. Incluso países como Checoslovaquia, donde el Partido Comunista apenas había logrado un 10% de los votos antes de la guerra, estaban sentenciados. Alemania quedó rápidamente rota. Solo con la caída del Muro de Berlín, en 1989, aquellos millones de europeos del Este recuperarían la libertad.

La expulsión de los alemanes

Desde el final de la Primera Guerra Mundial, los países de Europa del Este habían sido una mezcla de culturas, lenguas y pueblos. En 1945, ese crisol se terminó de manera brutal en la mayoría de aquellos Estados, sobre todo con la expulsión masiva de los alemanes étnicos, uno de los grandes dramas del conflicto y, a la vez, el menos conocido. Los alemanes pasaron de ser los verdugos, porque su apoyo masivo al nazismo fue indiscutible hasta el final, a ser las víctimas, sobre todo las mujeres que padecieron las violaciones masivas de los soldados soviéticos.

La firma de la rendición alemana, en Berlín, el 8 de mayo de 1945.

El éxodo de los alemanes étnicos representó la mayor oleada de refugiados de la guerra. “Las estadísticas relacionadas con la expulsión de los alemanes entre 1945 y 1949 superan la imaginación”, escribe Keith Lowe. “La mayor cantidad de ellos proceden de las tierras que se incorporaron a la nueva Polonia: casi siete millones. Otros tres millones fueron expulsados de Checoslovaquia y más de 1,8 millones de otras tierras”. Llegaban a un país en el que no habían estado nunca, arrasado no solo física sino también moralmente (solo en Berlín, el 75% de los edificios había sufrido daños). Cientos de miles murieron por el camino.

Un continente de refugiados

Mientras llegaban oleadas y oleadas de alemanes, a su vez millones de personas trataban de regresar a sus países desde las ruinas del Tercer Reich. Solo en Alemania estaban varados ocho millones de trabajadores esclavos de toda Europa, que querían volver sin recursos en medio del caos. Uno de ellos era el padre del escritor holandés Ian Buruma, que cuenta su retorno en Año cero. Historia de 1945 (Pasado&Presente). Llegó tan hambriento y deteriorado a Holanda, explica Buruma, “que seis meses después, aún era visible en él la hinchazón de la hidropesía causada por la falta de alimentos”. Sin embargo, muchos otros refugiados no tenían un lugar al que volver, sobre todo los judíos, las principales víctimas del horror nazi.

“Los judíos de todas las nacionalidades descubrirían que el fin del dominio alemán no significaba el fin de la persecución. Ni mucho menos. Pese a todo lo que habían sufrido los judíos, el antisemitismo aumentaría al final de la guerra”, argumenta Lowe. Polonia era un lugar especialmente peligroso, donde los pogromos fueron frecuentes, el peor de ellos en Kielce, el 4 de julio de 1946. “El regreso de los judíos al este nunca se consideró siquiera, ya que nadie en la URSS, Polonia ni ningún otro lugar mostraba el más mínimo interés en su regreso. Tampoco los judíos fueron especialmente bienvenidos en el oeste”, explica por su parte Tony Judt.

El final de la Segunda Guerra Mundial también representó el principio de la construcción europea. Los países vencedores habían aprendido del error del Tratado de Versalles y comprendieron que solo una Europa unida, que incluyese a Alemania, podría evitar un tercer conflicto mundial. Sobre las ruinas de Europa, en aquel desolador y a la vez esperanzador año 1945, se empezó a construir el futuro.

Este artículo lo ha escrito el periodista Guillermo Altares en el diario El País en su sección de cultura/historia el 08/05/2020 .
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