NARRADOR
OMNISCIENTE
Era una tarde
calurosa de verano en la estación de tren María Zambrano de Málaga, el bullicio
de los turistas era ensordecedor, especialmente el de los pasajeros del tren
con destino Madrid. En el vagón número siete no cabía un alfiler, iba lleno de
personas de todas las razas y profesiones. En las primeras filas se sentaron
dos familias indias con sus bebés, después un grupo de adolescentes ruidosos y
alegres, por lo que parecía su primer viaje de amigos sin padres a la vista, no
faltaban los hombres y mujeres de negocios trajeados, un médico que repasaba el
discurso que daría en ese congreso médico tan importante que no se podía perder,
la escritora bohemia junto a su amiga embarazada y el típico señor mayor
cascarrabias que se quejaba de la ausencia del aire acondicionado.
El tren salió
puntual a las 7 de la tarde rumbo a la capital del reino. Tras la primera
parada en Antequera, sobre las 7:30, cogió velocidad crucero siendo, en
ocasiones, más rápido que el viento. De repente, se empezaron a oír murmullos
de gente preocupada en ese vagón número 7. Algo no iba bien, la escritora había
llamado al personal de cabina del tren porque su amiga embarazada había
empezado con los dolores y las contracciones típicas del parto, “¡1 mes
antes de la fecha prevista!” Gritaba como si un espíritu maligno se hubiera
apoderado de ella. Hubo unos momentos de caos porque el tren estaba en medio de
la nada y no podía parar para llevarla a un hospital, pero por fortuna, sí que
había un médico a bordo. El doctor se abrió paso entre el resto de pasajeros y
llegó al asiento de la mujer embarazada. Se presentó como el doctor Quirón
especialista del aparato digestivo, pero reconvertido temporalmente en el
obstetra que le ayudaría a traer al mundo a su bebé. El parto se desarrolló sin
incidencias y nació Lucas, un bebé perfectamente sano con muchas ganas de
llorar. El vagón número 7 rompió en aplausos y enhorabuenas a la madre, al bebé
y al obstetra por accidente.
La madre, el niño
y su amiga escritora fueron recogidas por una ambulancia en la Estación de
Atocha de Madrid y llevadas al Hospital de la Paz donde la madre y el bebé
fueron examinados para comprobar que estaban en perfecto estado de salud.
NARRADOR
PROTAGONISTA
Había pasado unos
días del mes de julio en casa de Corintia, mi amiga escritora de novela negra
que estaba rompiendo el mercado editorial español con sus novelas sobre los
narcos de la costa del sol malagueña. Habíamos decidido que me acompañaría de
vuelta a Madrid en el AVE desde la estación de tren María Zambrano de Málaga,
ya que yo parecía un balón Nivea de playa que en cualquier momento podía salir
disparado. Lucas, mi futuro bebé, estaba entrenando para ser futbolista y no
dejaba de dar patadas a ese balón de playa que era mi vientre.
Al llegar a la
estación me sentí muy fatigada y con mucho calor, la multitud no dejaba de
caminar a nuestro lado y en ocasiones sentí cierta sensación de ahogo y
claustrofobia. Nuestro tren salía a las 7 de la tarde, un horario algo tardío
para mi cuerpo serrano que ya parecía fantasmal a las 5. Localizamos el tren y
nos encaminamos a nuestro vagón, el número 7. Al entrar, una azafata muy amable
me acompañó a mi asiento y me proporcionó todo lujo de detalles para que se me
hiciera el trayecto lo más cómodo posible. Corintia no dejaba de relatarme la
diversidad de personas que compartían asiento en el vagón, pero mi cabeza
estaba en otro sitio, me sentía tremendamente cansada y con ciertos dolores por
todo el cuerpo.
Intenté dormir,
pero Corintia seguía a lo suyo, sino era relatándome la fisionomía y sus
conjeturas del resto de pasajeros, era el tecleo demasiado enérgico en su
portátil porque estaba plasmando una genial idea para una futura novela. A
mitad de trayecto, empecé a sentir unos dolores insoportables en mi vientre,
cada vez con más frecuencia y en menos tiempo. Mi avispada amiga, se percató de
que me encontraba de parto, como yo no era capaz de reaccionar, ella llamó a la
tripulación de cabina y entre el alboroto apareció un apuesto doctor que se
autoproclamó mi ayudante de primeros auxilios, o algo parecido, porque apenas
podía distinguir su voz de la de la azafata diciéndome respira y empuja, que yo
quería hacer a la vez y me resultaba imposible. Tras unos minutos, que me
parecieron una eternidad, escuche los lloros desconsolados de Lucas, cuando le
tuve en mis brazos supe que nunca podría querer más a una persona de cómo lo
quería a él. El resto de pasajeros aplaudían, cantaban e incluso bailaban con
el nacimiento de mi pequeño. Siempre estaré agradecida a ese doctor intrépido
que me ayudó a traer a lucas al mundo sano y salvo.
Al llegar a la
estación de Atocha en Madrid, nos esperaba una ambulancia para poner rumbo al
Hospital de la Paz y que nos hicieran la revisión médica que certificará que
todo estaba bien. A mi lado estaba impertérrita, Corintia, tomando notas como
una descosida, seguramente que para una escena de su próximo Best Seller.
NARRADOR TESTIGO
Penélope y yo
habíamos pasado unos días muy tranquilos en Estepona, paseando por la playa y
comiendo en sus chiringuitos. Ella estaba tremendamente ilusionada con su
próxima maternidad y no dejaba de contarme sus planes con el pequeño Lucas.
Cuando acabó sus días de descanso, Penélope y yo decidimos que le acompañaría
de vuelta a Madrid en tren de Alta Velocidad desde la estación María Zambrano
de Málaga. Ese día caluroso de verano, al llegar a la estación noté bastante
fatigada a Penélope, aunque ella no me dijo nada, no hacía falta, su rostro y
el sudor que la empapaba eran suficientemente claros para saber que ya contaba
los días para tener a su pequeño en sus brazos.
Buscamos el tren
con destino Madrid y nos dirigimos al vagón número 7, el nuestro, tuvimos que
hacernos paso entre una multitud de turistas enloquecidos por los rayos del sol
malagueño. Al entrar en el vagón, una azafata nos indicó nuestro asiento y puso
a disposición de Penélope todo aquello que le proporcionase un trayecto lo más
cómodo posible, pero yo no podía dejar de observar a la diversidad de personas
que también viajaban en nuestro vagón y no pude resistirme a imaginar cómo
serían sus vidas y a qué se dedicarían, en mi cabeza ya estaba componiendo una
escena de una futura novela. A pesar de que yo creía que estaba en silencio,
todos estos pensamientos se los estaba transmitiendo a Penélope que de repente
me dijo ¡Corintia, cállate o te comerás mi puño, que quiero dormir! En
ese momento, hice mutis por el foro, saqué mi portátil y me puse a escribir.
Al cabo de un
rato, me di cuenta que Penélope no se encontraba bien, tenía el rostro
desencajado y no paraba de gritar que le dolía mucho la barriga, entonces llamé
al personal de cabina y les transmití que mi amiga se encontraba de parto. Le
di la mano y me puse a respirar con ella. Sin previo aviso apareció un doctor
que viajaba en el vagón para ayudar en el parto de Penélope y al cabo de un
rato, lucas ya estaba en este mundo, sano y salvo gracias al doctor providencial.
El vagón estalló en júbilo y como en una escena de los hermanos Marx todo
parecía caótico dentro de un orden.
Al llegar a la
estación de Atocha en Madrid acompañé a Penélope y al pequeño lucas al
hospital, no sin antes entregar mi teléfono al apuesto doctor, ya que una buena
historia ha de ser contada con todo lujo de detalles y para eso es necesario
contar el testimonio de las personas allí presentes. Mi próximo libro se
titularía “la chica del vagón número 7”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario