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Portada del libro |
En la actualidad, Julián Casanova es uno de
los más reputados historiadores contemporáneos españoles. Es catedrático de
Historia Contemporánea en la universidad de Zaragoza y ha sido profesor
visitante en varias universidades europeas, latinoamericanas y norteamericanas.
En la actualidad, es profesor visitante en la prestigiosa Central European
University (Budapest). Además, muestra su faceta de divulgador en las
páginas del diario El País, Infolibre y en la sección del Gabinete del programa
radiofónico de Julia en la Onda de la cadena Onda Cero. También, fue asesor
histórico y presentador de “La guerra filmada”, serie de ocho horas de
programas documentales sobre la Guerra Civil Española, TVE, 2006 (editado por
Filmoteca Española, Ministerio de Cultura, 2009).
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Julián Casanova |
Es autor, entre otros
trabajos, de Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa,
1936-1938, Siglo XXI, Madrid, 1985; edición en Critica, 2006) La
historia social y los historiadores (Crítica, 1991 y edición ampliada de
bolsillo en 2003); De la calle al frente. El anarcosindicalismo en
España, 1931-1939 (Crítica, 1997, publicado en inglés, en Routledge,
Londres y Nueva y York, 2004), La Iglesia de Franco (Temas
de Hoy, Madrid, 2001; edición de bolsillo con notas en Crítica,
2005); República y guerra civil, Crítica/Marcial Pons,
Barcelona, 2007 (publicación en inglés en Cambridge University Press, 2010); Anarquismo
y violencia política en la España del siglo XX, Institución Fernando el
Católico, Zaragoza, 2007; Historia de España en el siglo XX,
y Breve historia de España en el siglo XX con Carlos Gil
Andrés (Ariel, Barcelona, 2009 y 2012; edición en inglés en Cambridge
University Press, 2014); Europa contra Europa, 1914-1945 (Crítica,
Barcelona, 2011) y A Short History of the Spanish Civil War, (I.B.
Tauris, Londres, 2012), publicado por Crítica, 2013, con el título España partida
en dos. Breve historia de la guerra civil española; edición en turco en
Iletism, Estambul, 2015). Es además el editor/compilador, entre otros libros,
de Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España (Crítica, 2010)
y Cuarenta años con Franco (Crítica, 2015). Su último libro publicado es
La venganza de los siervos. Rusia, 1917 (Crítica, 2017). El 31 de
diciembre de 2020, saldrá a la venta su libro titulado Una violencia indómita,
el siglo XX europeo (Crítica, 2020).
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Algunas de las obras de Julián Casanova |
En su libro Europa
contra Europa 1914-1945, Julián Casanova nos muestra el panorama europeo
que abarca las dos guerras mundiales y el turbulento periodo de entreguerras
empleando magistralmente la historia comparada con una narrativa fluida en la
que combina el relato con el análisis, el ritmo de la narración con la pausa de
la interpretación, el detalle de los acontecimientos con la actualización
científica y el rigor de la documentación. En definitiva, una obra que nos
obliga a reflexionar sobre nuestro pasado cercano y a ponernos las gafas del pensamiento
crítico para comprender un periodo crucial en la formación de la Europa en la
que hoy vivimos.
Este libro consta de 258
páginas y se divide en 7 capítulos, un apartado de cronología, un fructífero
epígrafe de comentario de la bibliografía empleada en su redacción, un índice
onomástico, un índice analítico y el índice del libro. Por lo tanto, el
desarrollo de la explicación del tema tratado aquí abarca en total 199 páginas.
Especialmente revelador
es el primer capítulo titulado “Europa contra Europa, 1914-1945: una
visión panorámica” en el que el autor elabora una reflexión muy hilvanada
sobre las consecuencias de la Primera Guerra Mundial y cómo se fueron tejiendo
los totalitarismos en Europa desde el Comunismo en la URSS hasta el fascismo en
Italia y Alemania. Con ellos, se iría hacia una guerra total (la Segunda
Guerra Mundial) en la que la cultura del enfrentamiento prevalecería por
encima de todo. Se hace muy evidente el análisis comparado de la Historia,
permitiéndonos así comprender mejor las realidades de esta época que muy a
menudo se tergiversan en función de los intereses políticos y partidistas de la
clase política actual y de historiadores revisionistas que quieren
reescribir la Historia desde el presente con los grandes riesgos que ello
conlleva.
Los siguientes capítulos
se centran en la Revolución Rusa (“la venganza de los siervos”),
Mussolini y la Italia fascista, de la República de Weimar al Tercer Reich, la
dimensión internacional de la Guerra Civil Española, las dictaduras del periodo
de entreguerras y el tiempo de odios que se fraguó en este periodo.
Esta obra publicada en el
año 2011 por la editorial crítica, y que ya va por la sexta edición, en los
tiempos convulsos en que vivimos es más necesaria que nunca. Ya dijo Nelson
Mandela aquella frase que quedará para la posteridad “la educación es
el arma más poderosa que tenemos para poder cambiar el mundo”, y aunque
esa educación se vea maltratada siempre en este país, como ciudadanos hemos de tener
ganas de aprender y acudir a obras de investigadores consolidados para fomentar
el pensamiento crítico del que hablábamos anteriormente. La historia es
compleja y su análisis depende de muchos factores, no es objetiva y quien diga
que lo es miente. Las investigaciones y análisis de los historiadores han de
ser rigurosos y honestos, pero cada uno tendrá su interpretación de los hechos,
es inevitable, por eso mismo hay que fomentar el pensamiento socrático, la duda
a lo que me cuentan y a contrastar las informaciones recibidas. Nada mejor que
un análisis de historia comparada como el que estamos analizando aquí para
darnos cuenta de que no existe una verdad absoluta.
Muchos de nosotros
siempre recordamos aquella frase de Karl Marx diciendo que “la historia
es cíclica” porque siempre volvía a repetirse. En realidad, esta afirmación
no es del todo exacta porque el contexto histórico de cada momento no se repite
al 100% aunque sí es cierto que rasgos del pasado tienen sus ecos en el
presente y, por eso mismo, la historia rima. Aprendamos de ella para no
cometer los errores que en el pasado nos llevaron a la fatalidad.
A continuación, voy a
extraer las ideas que más me han llamado la atención de este libro redactadas
de manera dinámica para que veáis que los ecos del pasado siguen latiendo
con mucha fuerza en el presente.
En Inglaterra, Francia o Alemania, por citar a las naciones más poderosas, una oligarquía de ricos y poderosos, de “buenas familias”, de nobles y burgueses conectados a través de matrimonios y consejos de administración de empresas y bancos, mantenían su poder social a través del acceso a la educación y a las instituciones culturales.
Antes de 1914, la
democracia y la presencia de una cultura popular cívica, de respeto por la ley y
de defensa de los derechos civiles, eran bienes escasos, presentes en algunos
países como Francia y Gran Bretaña y ausentes en la mayor parte del resto de
Europa. Tampoco los parlamentos gozaban de buena salud en países como Rusia,
Italia, Alemania o España, donde, debido a la corrupción, al sufragio
restringido y a la intervención de los monarcas en los gobiernos, aparecían
ante intelectuales radicales y socialistas como instrumentos de gestión pública
al servicio de las clases dominantes.
Esas instituciones
políticas, que excluían a los ciudadanos por su raza, género o condición,
resultaron inadecuadas para abordar el impacto del cambio social y económico
que había acompañado desde el último tercio del siglo XIX al surgimiento de las
ciudades industriales, a la llegada del ferrocarril, del movimiento obrero y de
las ideas socialistas.
El estallido de la
Primera Guerra Mundial se llevó por delante al Imperio ruso y provocó también
la conquista bolchevique del poder, el cambio revolucionario más súbito y
amenazante que conoció la historia del siglo XX. De esa guerra salieron también
el comunismo y el fascismo.
Después de 1919, la
cuestión de las minorías se identificó fundamentalmente como un problema de la
Europa del Este, donde residían más de dos tercios de los 35 millones de
personas que pertenecían a esos grupos.
La revolución rusa, el
auge del socialismo y los procesos de secularización que acompañaron a la
modernización política hicieron más intensa la lucha entre la iglesia católica
y sus adversarios anticlericales de la izquierda política.
Ocurrió además que esos
nuevos regímenes parlamentarios y constitucionales se enfrentaron desde el
principio a una fragmentación de las lealtades políticas, de tipo nacional, lingüístico,
religioso, étnico o de clase, que derivó en un sistema político con muchos
partidos y muy débiles. La formación de gobiernos se hizo cada vez más difícil,
con coaliciones cambiantes y poco estables. En Alemania ningún partido
consiguió una mayoría sólida bajo el sistema de representación proporcional
aprobado por la Constitución de Weimar en 1919, pero lo mismo puede decirse de
Bulgaria, Austria, Checoslovaquia, Polonia o de España durante la Segunda
República. La oposición rara vez aceptaba los resultados electorales y la fe
en la política parlamentaria, a prueba en esos años de inestabilidad y
conflicto, se resquebrajó y llevó a amplios sectores de esas sociedades a
buscar alternativas políticas a la democracia (este párrafo es un eco del
pasado muy latente en la España actual. Recordad que la derecha y la extrema
derecha en nuestro país llaman al gobierno de coalición del PSOE-UP “ilegítimo”
no porque lo sea que, evidentemente no lo es, sino porque el resultado democrático
salido de las urnas no es el que ellos desearían. La extrema derecha ha pedido
durante el Estado de Alarma que el gobierno dimita y se haga un gobierno con
mandos militares ¿os suena?, la historia rima).
Francia y Gran Bretaña
gastaron más del doble en ganar la guerra que sus oponentes en perderla y
básicamente financiaron ese coste a través de préstamos de inversiones
estadounidenses. Para afrontar esa enorme deuda, los gobiernos franceses y
británicos consumían más de un tercio de sus presupuestos y sus economías se
hicieron cada vez más dependientes de Estados Unidos, un proceso que ya había
comenzado en plena guerra, cuando se consolidó como la principal potencia
económica del mundo.
Pese a todas esas
dificultades, a las tensiones sociales y a las divisiones ideológicas, el orden
internacional creado por la paz de Versalles sobrevivió una década sin serios
incidentes. Todo cambió, sin embargo, con la crisis económica de 1929, el
surgimiento de la Unión Soviética como poder militar e industrial bajo Iósif
Stalin y la designación de Adolf Hitler como canciller alemán en enero de 1933.
La incapacidad del orden capitalista liberal para evitar el desastre
económico hizo crecer el extremismo político, el nacionalismo violento y la
hostilidad al sistema parlamentario. Alemania, Japón e Italia compartían
ese rechazo de la democracia liberal y del comunismo ambicionando un nuevo
orden internacional que pusiera el mundo a sus pies.
El comunismo y el
fascismo se convirtieron primero en alternativas y después en polos de
atracción para intelectuales, vehículos para la política de masas, viveros de
nuevos líderes que, subiendo de la nada, arrancando desde fuera del establishment
y del viejo orden monárquico e imperial, propusieron rupturas radicales con
el pasado.
Frente al mito del
peligro comunista y revolucionario, que propagaron como causa de la guerra los
militares golpistas de julio de 1936, lo que realmente llegó a España a través
de una intervención militar abierta fue el fascismo. Además,
tras el final de la guerra civil en 1939, durante al menos dos décadas no hubo
ninguna reconstrucción positiva, tal y como ocurrió en los países de Europa
occidental después de 1945.
De propaganda, miedo y
mentiras se inundó Europa en aquellos años. Resulta fácil y
tranquilizador atribuir las mentiras y la propaganda a los políticos,
especialmente a los dictadores, a Joseph Goebbels y sus manipulaciones,
ministro de Propaganda, con mayúsculas, del tercer Reich. Pero la fotografía
completa dice más cosas. Dice que muchos intelectuales que se movilizaron
para defender a la democracia, al fascismo o al comunismo contribuyeron con su
voz y con su pluma a que esas mentiras se las creyera todavía más gente, a que
los dogmas llegaran mejor y a que la violencia y el terror de otros fueran
siempre más grandes.
La crítica a los
parlamentos y a la democracia, por otro lado, ganó terreno tras los desastres
de la guerra y el miedo a la revolución y al comunismo que llegaban desde Rusia
y transmitían sus exiliados más notables entre las clases acomodadas de las ciudades
europeas. Algunos de los que se convirtieron en políticos destacados de extrema
derecha y del fascismo habían pasado por las trincheras, como el húngaro Ferenc
Szálasi, fundador del movimiento de la Cruz Flechada, y vieron en la
democracia la representación de la Europa burguesa y decadente, que abría las
puertas al socialismo, al voto de las mujeres y al reconocimiento de las
minorías nacionales. La cultura del enfrentamiento se abría paso en medio de
una falta de apoyo popular a la democracia. Los extremos dominaban al
centro y la violencia a la razón.
Frenético fue el ritmo de
tensiones internacionales que corrió por Europa entre las democracias
liberales, el comunismo y el fascismo a partir de la subida al poder de Hitler
en Alemania en enero de 1933.
Los gobernantes
británicos y franceses pusieron en marcha la llamada “política de
apaciguamiento”, consistente en evitar una nueva guerra a costa de
aceptar las demandas revisionistas de las dictaduras fascistas, siempre y
cuando no se pusieran en peligro los intereses de Francia y Gran Bretaña.
Hitler percibió esa
actitud de las democracias como un claro signo de debilidad y, tal y como ha
mostrado la historiadora Ruth Henig, siempre prefirió lograr sus
objetivos con acciones militares unilaterales, modestas al principio y no
demasiado amenazantes, que enzarzase en discusiones diplomáticas
multilaterales. Mientras Gran Bretaña y Francia se mantuvieran militarmente
débiles, Alemania tenía que aprovechar para adquirir “espacio vital”
en el este de Europa. Por lo tanto, un grupo de criminales que consideraba
la guerra como una opción aceptable en política exterior se hizo con el poder y
puso contra las cuerdas a políticos parlamentarios educados en el diálogo y la
negociación.
Las dictaduras que
emergieron en Europa en los años treinta, en Alemania, Austria, o España,
tuvieron que enfrentarse a movimientos de oposición de masas, y para
controlarlos necesitaron poner en marcha nuevos instrumentos de terror. Ya no
bastaba con la prohibición de partidos políticos, la censura o la negación de
los derechos individuales. Un grupo de criminales se hizo con el poder. Y la
brutal realidad que salió de sus decisiones fueron los asesinatos, la tortura y
los campos de concentración. La victoria de Franco fue también una victoria
de Hitler y Mussolini. Y la derrota de la República fue asimismo una derrota
para las democracias.
Los reveses democráticos
y avances autoritarios se manifestaron de diferentes formas y aunque la primera
dictadura, la del “proletariado”, la impuso la izquierda
revolucionaria en Rusia, todas las demás salieron del firmamento político de la
ultraderecha. Dos de ellas, la de Benito Mussolini en Italia y la de Adolf
Hitler en Alemania, han sido definidas como fascistas. Para los otros tipos de
autoritarismo se usan más etiquetas, aunque los términos conservador y
tradicional son los más repetidos.
En definitiva, dos
guerras mundiales y una “crisis de veinte años” en medio marcaron
la historia de Europa del siglo XX. Naturalmente, no fue Europa un territorio
libre de violencia antes de 1914 o después de 1945. Ocurre, sin embargo, que
los hechos que convierten a este periodo en excepcional han dejado múltiples
huellas inconfundibles. El total de muertos ocasionados por esas guerras,
internacionales o civiles, revoluciones y contrarrevoluciones, y por las
diferentes manifestaciones del terror estatal, superó los ochenta millones de
personas. Cientos de miles más fueron desplazados o huyeron de país en país,
planteando graves problemas económicos, políticos y de seguridad. En los casos
más extremos de esa violencia hubo que inventar hasta un nuevo vocabulario para
reflejarla. Por ejemplo, el genocidio, un término ya inextricablemente
unido al exterminio de los judíos en los últimos años de la supremacía nazi.
Como señala Richard
Vinen, lo más sorprendente de ese período “es el sinfín de motivos
que descubrieron los europeos para odiarse mutuamente”. De la historia
de esos odios, de sus causas y consecuencias, y de sus principales
instigadores, trata este libro.
Para finalizar este
análisis, recordemos las palabras pronunciadas por Albert Camus en marzo
de 1945, en su “Défence de l´intelligence” respecto al odio “al
odio de los verdugos ha correspondido el odio de las víctimas”
haciéndose eco de esas represalias salvajes contra fascistas y
colaboracionistas: “nos ha quedado el odio… la última y más dura victoria
del hitlerismo… estas marcas vergonzosas dejadas en el corazón de aquellos
mismos que lo han combatido con todas sus fuerzas”.
No es casualidad que
estas palabras de Camus se reflejen en una obra titulada “defensa de la
inteligencia” pues al odio se le hace frente con inteligencia, sentido común,
cultura, conocimiento y con buena educación (¿recordáis la frase de Nelson
Mandela citada al inicio de este artículo?). No olvidéis que el conocimiento
histórico de nuestro pasado es un arma cargada de futuro.